A continuación recojo los textos que he seleccionado para los comentarios de texto que cada alumno/a tendrá que entregar antes del 26 de febrero para evaluación del 2º trimestre.
Cada texto aparece asociado a una persona, pero quien lo desee puede intercambiar su texto con otra, siempre que se me comunique por escrito la permuta.
Naturaleza
y soledad.
Andréu Pérez, María José
Andréu Pérez, María José
Estoy aquí
en la gloria. La soledad en este país encantador es el bálsamo
perfecto para mi corazón, tan dado a las emociones fuertes; y la
estación del momento, en la que todo se renueva y rejuvenece,
derrama sobre él un suave calor. Cada árbol, cada seto, es un
ramillete de flores; le dan a uno ganas de volverse abejorro o
mariposa para sumergirse en el mar de perfume y respirar el aromático
alimento.
La ciudad
en sí es desagradable, pero en sus cercanías, en cambio, la
naturaleza hace gala y ostentación de bellezas inefables.
El
pasado feliz
Sánchez D'Acuña, María Esperanza
A
la falda de una pequeña colina, se puede ver una bóveda; se bajan
veinte escalones y se ve saltar el agua más pura y transparente de
los peñascos de mármol. La pequeña pared que forma su recinto, los
árboles, que techan con su sombra la frescura del lugar, todo esto
tiene un no sé qué atractivo y desconsolador al mismo tiempo; y no
pasa un día que deje de descansar ahí una hora. Las mozas vienen a
buscar agua; ocupación inocente y pacífica, que no desdeñaban en
otros tiempos las hijas de los reyes. Cuando ahí estoy sentado
recuerdo una vida patriarcal; rememoro que nuestros antepasados a la
vera de la fuente creaban sus relaciones; que ahí era adonde iban a
hablarles de amor; que alrededor de las claras fuentes revoloteaban y
jugueteaban incesantes mil genios bienhechores.
La
gente
Bono Toro, Maya
Otro
buen hombre que conozco es el mayordomo del príncipe, sujeto franco
y honesto. Se dice que es una gloria verle en medio de sus nueve
hijos. Parece que su hija mayor llama la atención más
particularmente. Me ha dicho que vaya a verlo y pienso ir un día de
estos. Vive en un pabellón o lugar de caza del príncipe a legua y
media de aquí. Tras la muerte de su mujer obtuvo permiso para ir a
vivir allá, pues el bullicio y la vida citadina, y sobre todo la
vista de su hogar, sólo aumentaban su dolor. En cambio, en mis
excursiones he hallado algunas caricaturas, entes muy empalagosos,
cuyo trato y sus agasajos no soporto. Adiós. Ésta es una carta
escrita exclusivamente para ti; no es más que una historia.
Las
reglas en el arte (y en la vida)
Pinto Topic, Marco
Después
de una hora encontré que había hecho un dibujo bien entendido, un
cuadro muy interesante, sin haberlo pensado ni haber puesto nada de
mi parte. Esto me confirmó en mi propósito de no atenerme más que
a la naturaleza misma, porque ella sola es la que tiene riquezas
inagotables y la que forma los verdaderos y grandes artistas. Mucho
puede decirse a favor de las reglas y preceptos del arte, y más o
menos lo mismo que puede decirse para alabar las leyes sociales. Un
hombre que se conforma y atiene a ellas con rigor no produce nunca
nada carente de sentido o positivamente malo, lo mismo que aquel que
se conduce con arreglo a las leyes y a lo que exigen las
conveniencias sociales no será nunca un mal vecino ni un insigne
malvado; pero tampoco producirá nada notable, porque sin importar lo
que se diga, toda regla, todo precepto, es una especie de traba que
sofocará el sentimiento real de la naturaleza, hará estéril el
verdadero genio y le quitará su verdadera expresión.
Las
armas
Díaz Hernández, Juan de Dios
Díaz Hernández, Juan de Dios
Alberto
es, sin duda, el mejor de los hombres que existen; ayer me pasó con
él un lance peregrino. Había ido a su casa a despedirme, pues se me
antojó dar un paseo a caballo por las montañas, desde donde te
escribo en este momento. Yendo y viniendo por su cuarto, vi sus
pistolas.
-Préstamelas
para el viaje -le dije-.
-Con mucho
gusto -respondió-, si quieres tomarte el tiempo de cargarlas; aquí
sólo están como un mueble de adorno.
Tomé una;
él continuó:
-Desde el
chasco que me he ocurrido por mi exceso de precaución, no quiero
tener que ver con esas armas.
La
alegría de vivir
López Cáceres, Álvaro
”Sin
embargo, la gente es buena. A veces, me dejo llevar por las
circunstancias y comparto alguna de las alegrías que le han quedado
al hombre. Entonces, ya sea divirtiéndome abiertamente en una mesa
bien compartida;
ya dando un paseo en coche o improvisando algún baile cuando se
presenta la ocasión, sin preparativos de ningún tipo,
noto que me sienta bien. Solo que en ese momento no debo pensar en
todas las otras fuerzas que residen en mi interior, que enmohecen sin
ser aprovechadas y debo ocultar cuidadosamente. Ay, eso sí que
angustia el corazón. ¡Y
sin embargo… no tener comprensión es nuestro destino! .
El
poder
Castillo Pérez, Mario
“¡Qué
necios aquellos que no ven que en realidad no es importante la
posición en sí, y que los que están ubicados en el primer puesto
casi nunca juegan realmente el primer papel! ¡Cuántos reyes son
gobernados por sus ministros y cuántos ministros por sus
secretarios! ¿Y quién es entonces el primero? Aquél, creo yo, que
supera a los otros y además dispone de tanta fuerza y viveza como
para aprovecharse del ímpetu y las pasiones ajenas en la consecución
de sus propios fines”.
Las
diferencias sociales
Pérez Ávila, Mar
Las
buenas gentes de la localidad me van conociendo y me quieren, sobre
todo los niños. Al principio, cuando me acercaba a ellos y les hacía
algunas preguntas con cariño, imaginaban que quería burlarme y me
contestaban con brusquedad, casi brutalmente.
No me
enojaba por eso, pero no dejé de sentir vivamente la verdad de una
observación que antes había hecho: que ciertas personas de alta
sociedad se apartaban de sus inferiores, como si el acercarse a ellos
o dejar que se les acercaran debiera robarles la dignidad; y algunos
casquivanos o majaderos se divierten y complacen en fingir
familiaridad con el vulgo para hacerle sentir después su desprecio
de manera asertiva.
Sé que no
todos somos iguales ni podemos serlo; pero sostengo que quien se crea
obligado a alejarse de lo que se llama el pueblo para mantenerlo
respetado, no vale más que el cobarde que se oculta del enemigo, por
miedo a que se le venza.
El
obstáculo para el amor
Ramírez Vázquez, Desirée
En
la tercera contradanza inglesa formábamos la segunda pareja. Al
recorrer toda la columna, Dios sabe con qué delirio seguía yo sus
pasos, cómo me embriagaba con sus ojos negros, en los que veía
brillar el placer en su pureza completa. Nos tocó hacer figura
delante de una mujer que sin ser muy joven, me había llamado la
atención por su grata fisonomía; esta mujer miró a Carlota,
sonriendo y amenazándola con un dedo pronunció dos veces, al pasar,
el nombre de Alberto con un tono significativo.
-¿Quién
es Alberto -le dije a Carlota-, si no es indiscreción preguntar?
Iba a
contestar, pero nos tuvimos que separar para formar la gran cadena de
ocho y me pareció ver ensombrecida su frente cuando volví a pasar
frente a ella.
-¿Por qué
se lo iba a ocultar? -me dijo al darme la mano para el paseo-.
Alberto es un hombre honrado con quien estoy comprometida.
Los
celos
Pérez Ávila, Mar
Pérez Ávila, Mar
Schmidt,
es un hombre bien educado, pero frío, y no despegó los labios ni
participó en la conversación, por más que trató Carlota para
invitarle. Lo que más me desagradó fue observar en su fisonomía
que obraba así más bien por capricho y mal humor, que por falta de
ingenio o de instrucción. Esta suposición se confirmó con lo que
ocurrió después en el paseo, porque hallándose Federica separada,
por casualidad, de Carlota unos cuantos pasos, y a mi lado, vi
enfadarse el semblante de nuestro enamorado, y su rostro, bastante
encapotado ya sin esto, tomó un aspecto sombrío de mal género.
Felizmente, Carlota después de notarlo, me jaló de la manga,
dándome a entender con señas que yo me mostraba demasiado amable
con Federica. Nada me desconsuela más que ver a los hombres
atormentarse unos a otros; y, sobre todo, me irrito cuando veo a
jóvenes en la flor de la juventud, cuyo corazón debería estar más
abierto y accesible a todos los goces, sembrar en él la perturbación
y la desconfianza
Amor
(fetiche)
Sánchez Maya, Lidia
"Wilhem,
¿qué sería sin amor el mundo para nuestro corazón? Una linterna
mágica sin luz. Apenas pones la lamparilla aparecen sobre tu blanca
pared imágenes de todos los colores. Y aun cuando no fueran más que
eso, fantasmas pasajeros, constituyen nuestra felicidad si los
contemplamos como niños pequeños y nos extasiamos ante esas
maravillosas apariciones. Hoy no he podido ver a Lotte, me retuvo una
visita ineludible. ¿Qué hacer?. Le envié mi criado solamente por
tener a mi alrededor alguien que hoy hubiera estado cerca de ella.
Con que impaciencia le estuve esperando, con que alegría volví a
verlo. Si no me hubiera dado vergüenza me habría gustado tomar su
cabeza y la habría besado. Cuentan de la piedra de Bolonia que si se
la pone al sol absorbe rayos y resplandece algún tiempo durante la
noche. Lo mismo me sucedió a mí con el criado. La sensación de los
ojos de ella se habían posado en su rostro, en sus mejillas, en sus
botones y en el cuello de su casaca ¡hacíamelo tan sagrado, tan
valioso! En aquel instante no hubiera cambiado mi criado por mil
táleros. ¡Me sentía tan a gusto en su presencia...! Dios te libre
de reírte. Wilhem , ¿será la felicidad producto de la fantasía?.
La
locura de las pasiones
Sidi Mohamend Salem, Mahdjoub
-¡Oh,
hombres juiciosos! -dije con una sonrisa-. ¡Pasión! ¡Embriaguez!
¡Demencia! ¡Todo esta es letra muerta para ustedes, impasibles
moralistas! Condenan al ebrio y detestan al demente con la frialdad
del sacerdote que sacrifica y dan gracias a Dios, como el fariseo,
porque son ni locos ni borrachos. Más de una vez me he embriagado;
más de una vez me han puesto mis pasiones al borde de la locura, y
no lo siento; porque he aprendido que siempre se ha dado el nombre de
beodo o insensato a todos los hombres fuera de serie que han hecho
algo grande, algo que lucía imposible. Hasta en la vida privada es
insoportable ver que de quien piensa lograr cualquier acción noble,
generosa, inesperada, se dice a menudo: “¡Está borracho! ¡Está
loco!” ¡Vergüenza para ustedes, los sobrios; vergüenza para
ustedes los sabios!
El
suicidio
Suárez Romero de la Osa, Carmen
-No
te enojes, pero esos ejemplos no tienen verdadera aplicación.
-Puede ser
-le dije-; no es la primera vez que califican mi lógica de
palabrería. Veamos si podemos representar de otra forma lo que debe
sentir el hombre que se decide a deshacerse del peso, tan ligero para
otros, de la vida. Pues sólo esmerándome por sentir lo que él
siente podremos hablar del tema con honestidad. La naturaleza del
hombre -continué-, tiene sus límites; puede tolerar hasta cierto
grado la alegría, la pena, el dolor; si sigue más allá, sucumbe.
No se trata entonces de saber si un hombre es débil o fuerte, sino
de si puede soportar la extensión de su desgracia, sea moral o
física; y me parece tan ridículo decir que un hombre que se suicida
es cobarde, como absurdo sería dar el mismo nombre al que muere de
una fiebre.
El
ocio
Soriano Palacios, Marta
Soriano Palacios, Marta
Es
algo fatal, Guillermo. Mi actividad se consume en una inquieta
indolencia; no puedo estar sin hacer nada y sin embargo nada hay que
pueda hacer. Mi imaginación y mi sensibilidad no se conmueven ante
la naturaleza y los libros me causan aburrimiento. Cuando el hombre
no se encuentra a sí, no halla nada. Te juro que muchas veces me
encantaría ser un jornalero para tener, por lo menos, al despertar,
la perspectiva de un día ocupado, un móvil, una ilusión. Envidio a
menudo a Alberto, cuando lo veo lleno de papeles hasta los ojos y
creo que sería feliz en esa posición. Más de una vez he estado
tentado a escribirte y de escribir al mismo tiempo solicitando ese
empleo en la embajada que, por lo que me dices, me concederían en el
acto. Así lo creo. Hace tiempo que me estima el ministro y antes me
ha insistido para que acepte un empleo. Suele preocuparme esto
durante una hora; pero cuando lo pienso y recuerdo la fábula del
caballo que harto de su libertad, se deja poner la silla y la brida,
para estar poco después rendido de cansancio… no sé lo que debo
hacer. Por otro lado, querido Guillermo, este deseo de cambiar de
estado que me subyuga, ¿no será una oculta e intolerable
impaciencia que me seguiría a todo lugar?
El
sufrimiento
Tejada Orquín, Juan María
Entonces
disfruto subiendo una montaña escarpada, abriéndome paso entre un
bosque espeso, por entre las breñas que me hieren y los zarzales que
me despedazan. Entonces me hallo un poco mejor, ¡un poco!, y cuando
muerto de sed y cansancio, sucumbo y hago una pausa; cuando en la
noche profunda, con la Luna llena sobre mi cabeza, me siento en el
bosque sobre un tronco torcido, para descansar los pies desgarrados,
o me entrego a un sueño tranquilo durante la claridad del
crepúsculo… ¡Oh, Guillermo! El silencioso albergue de una celda,
un sayal y el cilicio son los únicos consuelos que mi alma espera.
La
vida después de la muerte
Pérez Rodríguez, Coral
-¡Subsistiremos! -añadió con un acento que revelaba la sensación más viva-. Pero, Werther, ¿volveremos a encontrarnos? ¿Nos reconoceremos? ¿Qué piensas? ¿Cuál es tu opinión?
-Carlota
-exclamé-, dándole la mano y con los ojos llenos de lágrimas; ¡sí,
volveremos a vernos! ¡En esta vida y en la otra!
No atiné a
decir más, Guillermo. ¿Era necesario que ella me hiciera alguna
pregunta, cuando todo mi ser estaba lleno con la idea de esta cruel
separación?
-Y nuestros
queridos muertos -siguió ella-, ¿saben algo de nosotros? ¿Tienen
alguna idea de que los llevamos en la memoria, con inefable cariño,
en nuestros momentos de felicidad? ¡Oh! La imagen de mi madre vaga
siempre a mi alrededor
El amor
por la naturaleza
López Domínguez, Juan de Dios
López Domínguez, Juan de Dios
Tú
recordarás aquellos nogales del presbiterio a cuya sombra me sentaba
con Carlota. ¡Cuánto me alegraba el corazón la vista de estos
magníficos árboles y cuánto embellecían el patio! ¡Cuánta
frescura había en su sombra y cuánta majestad en su follaje! Eran
recuerdos vivos de los respetables párrocos que en un tiempo ya
lejano, los habían plantado.
El maestro de escuela nos ha citado
muchas veces el nombre de uno de ellos, nombre que había oído a su
abuela, y parece que era una persona dignísima. Por eso, cuando me
sentaba debajo de estos árboles, en este recuerdo había algo
querido y sagrado para mí.Ayer deplorábamos que los hayan cortado; el maestro de escuela lloraba. ¡Cortado! Tengo tal indignación, que sería capaz de matar al miserable que les dio el primer hachazo.
Si yo fuera dueño de dos árboles parecidos, sería suficiente ver a uno secarse de viejo para desesperarme. Juzga por esto lo que me afecta el sacrilegio cometido.
El
enamoramiento
Benítez Nieto, Lucía
Benítez Nieto, Lucía
¡Con
avidez miraba sus bellos ojos negros! ¡Con qué ardor contemplaba
sus labios rosados, sus frescas mejillas tan animadas, sintiéndome
como encantado mientras hablaba! Sumido como en un éxtasis de
admiración por lo sublime y exquisito que ella decía, me sucedía
con frecuencia no oír las palabras que pronunciaba, ni concentrarme
en los términos que utilizaba. ¡Ah! Tú que me conoces entenderás
lo que me pasaba. En una palabra, bajé del carruaje como sonámbulo
y seguí caminando como un hombre perdido, inmerso en un mar de
ensueños, y cuando llegamos a la puerta de la casa donde era la
reunión, no sabía dónde me encontraba.
“[La
gente que rodea al príncipe] valora mi inteligencia y mis talentos
mucho más que mi corazón, mi único orgullo, fuente sin igual de
todas mis fuerzas, de toda dicha y de toda desventura. Ay, lo que sé
lo puede saber cualquiera, pero mi corazón sólo me pertenece a mí”.
Razón
y pasión
El
amor extinto
¡Ah!
¿Por qué no existe ya la amiga de mis años mozos o por qué llegué
a conocerla? Debería decirme “estás loco; buscas lo que no
hallarás nunca”. Pero la verdad es que he tenido esta amiga, que
ha sentido latir ese corazón; que he conocido esa alma grande en
cuya presencia me parecía ser más de lo que era, porque era todo lo
que podía ser. ¡Santo Dios!
¿Había
entonces una sola facultad de mi alma que estuviera ociosa? ¿No
podía desentrañar con ella esa grande sensibilidad con que mi
corazón abraza la naturaleza entera? ¿No era nuestro trato un
cambio continuo de las sensaciones más delicadas, de los rasgos más
expresivos, del espíritu más refinado, cuyas modificaciones todas,
hasta en la impertinencia, llevaban marcado el sello del genio? Y
ahora… ¡Ah! ¡Era mayor que yo y se me anticipó al sepulcro!
Jamás la olvidaré; jamás olvidaré su juicio recto y firme, y
menos aún su divina indulgencia.