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martes, 25 de octubre de 2016

La literatura medieval



Se suele considerar que la E. M. se inicia en el siglo V con dos  acontecimientos:

  • La división del Imperio Romano por Teodosio en el 395.
  • La caída de Roma en poder de los bárbaros en el 476.
La etapa concluye en el siglo XV con la caída de Bizancio o Constantinopla en poder de los turcos otomanos; esto ocurre en 1453 aproximadamente.


                La E. M. fue considerada durante muchos años como una época de crueldad, de atraso, de oscurantismo y de regresión. El Renacimiento, sin duda por su proximidad y por su espíritu de reacción contra ella, se caracterizó por la total incomprensión de lo medieval.

       

                Muchos estudiosos, aunque no todos, han realizado en el siglo XX una valoración científica y medianamente objetiva de la E. M. Entre ellos, destacan Ernst Robert Curtius y su continuador Peter Dronke. A la luz de estos estudios, se la considera como una de las épocas más ricas y fecundas de la historia, admirable por la profundidad de su filosofía, por la visión armónica y sistemática de la vida y por la belleza estética de sus producciones artísticas y literarias.



                Complementariamente, la concepción medieval de la existencia humana se halla animada por dos grandes ejes: la fe cristiana y el sentimiento del honor. Religión y heroísmo constituyen las bases de este pensamiento que tendrá muchos elementos en los que falta la verdadera realización del individuo.              

Religiosidad. 


Durante la E. M. Europa constituye una unidad religiosa en donde lo político y lo cultural se integran plenamente. Toda la cultura está inspirada en la religión. La filosofía, el arte y la ciencia medievales descansan sobre la teología y están a su servicio. La vida terrenal se considera sólo como un camino que conduce a la vida eterna. Esa unidad religiosa se proyecta en el plano político en el cual se aspira a concretar una especie de Imperio Universal. A su vez, la unidad está favorecida por el empleo de una lengua común: el latín, única lengua de la filosofía, la teología y la ciencia. Posteriormente coexistirán la literatura escrita en latín con la que se escribe en lengua romance.

La Escolástica es la filosofía característica de la E. M. y ésta es el resultado de la adaptación del pensamiento aristotélico a la concepción cristiana.

 Sentido heroico y caballeresco.

Después de la destrucción del Imperio de Carlomagno (siglo IX), en la época de los primeros tiempos del feudalismo, predomina el ideal épico y guerrero. La vida es dura, áspera, austera. La poesía de los cantares de gesta  corresponde a este momento. Posteriormente, junto al espíritu heroico y guerrero surge el sentimiento cortesano y caballeresco que se refleja en la poesía de los trovadores.



Algunos caracteres literarios
 Espontánea naturalidad. La literatura medieval se caracteriza por haberse formado sin tener en cuenta los modelos de la literatura greco-romana. Si bien Grecia y, sobre todo Roma, estaban muy cerca del pensamiento medieval, éstos —al menos al principio— prefirieron ignorarlos e intentaron ofrecer un modelo artístico diferente al de los clásicos; lo lograron parcialmente, porque finalmente concluyeron abrazando la causa clásica. Las obras latinas eran valoradas y estudiadas de acuerdo con la concepción cristiana. Teniendo en cuenta este aspecto, se estableció una selección: se prefirió a Virgilio en lugar de Homero y se despreció a Lucrecio, porque su concepción filosófica materialista no podía armonizar con la medieval. 

Tendencia moralizadora y satírica. Derivado de su carácter religioso, la literatura medieval persigue un fin didáctico y moralizador, lo cual le resta —al menos en parte— el desarrollo artístico que mereció tener.

 Lentitud del proceso de transformación. A diferencia del impulso renovador del Renacimiento y de la celeridad con que se suceden las tendencias literarias contemporáneas, la E. M. se caracteriza por la lentitud de su proceso de transformación. Existe una relativa inmovilidad o fijeza de los géneros literarios, aún cuando no debe exagerarse ese carácter. Hacer las cosas con tiempo puede representar un modo de actuar lento, pero ello no implica que los logros alcanzados fueran relativos o malos. No hay que olvidar que la E. M. es una época fecunda que contiene y desarrolla el germen del Renacimiento y no se la puede pensar como la metafórica “noche del mundo” como llegaron a decir algunos pensadores renacentistas y lo repitieron otros ignorantes contemporáneos.
Uniformidad. Afirma Brunetière que existe una asombrosa similitud entre las producciones literarias medievales de los diversos países europeos; pero esta similitud no debe exagerarse tampoco. Por ejemplo, el Cantar de los Nibelungos se diferencia de La Canción de Roldán por la mayor aportación mítico mágica que no destaca tanto en el segundo.
Impersonalidad. La falta de significación local y de significación individual le hace pensar al mismo Brunetière en este carácter de impersonalidad. 
 Fuente: aquí



La Tabula Rogeriana, dibujada por Al-Idrisi para Rogelio II de Sicilia en 1154, uno de los mapas más avanzados del mundo antiguo.



Durante la Edad Media existieron múltiples puntos de contacto entre Europa y los territorios islámicos. Los  principales estaban en Sicilia y España, sobre todo en Toledo. En Sicilia, después de la conquista islámica de la isla en el año 965 y su reconquista por los normandos en 1091, se desarrolló una intensa cultura árabe-normanda, con numerosos soldados, poetas y científicos islámicos en la corte. El marroquí Muhammad al-Idrisi escribió El Libro de los viajes agradables en tierras lejanas, uno de los grandes tratados geográficos de la Edad Media.
Las Cruzadas también intensificaron los intercambios entre Europa y el Levante, con las repúblicas marítimas italianas desempeñando un papel importante en estos intercambios. En el Levante, ciudades como Antioquía, culturas árabes y latinas se mezclaron. Durante los siglos XI y XII, muchos eruditos cristianos viajaron a tierras musulmanas a aprender ciencias.  Asimismo, desde el siglo XI hasta el siglo XIV, numerosos estudiantes europeos asistieron a centros musulmanes de educación superior para el estudio de la medicina, la filosofía, las matemáticas, cosmografía y otros temas. 

Transmisión de textos clásicos
Tras la caída del Imperio Romano y el inicio de la Edad Media, muchos textos de la antigüedad clásica no estuvieron disponibles a los europeos. Sin embargo, en el Medio Oriente muchos de estos textos griegos (como los de Aristóteles) fueron traducidos del griego al siríaco durante los siglos VI y VII por los monjes que vivían en Palestina, o por exiliados griegos de Atenas o de Edesa que visitaron centros islámicos de enseñanza superior. Muchos  fueron conservados, traducidos y desarrollados por el mundo islámico, especialmente en los centros de aprendizaje, tales como Bagdad, donde una "Casa de la Sabiduría", con miles de manuscritos existía hacia el año 832. Estos textos fueron traducidos nuevamente a las lenguas europeas durante la Edad Media. Los cristianos orientales desempeñaron un papel importante en el uso de este conocimiento, especialmente a través de la Escuela Aristotélica cristiana de Bagdad en los siglos XI y XII.
Estos textos fueron traducidos al latín en múltiples formas. Los puntos principales de transmisión del conocimiento islámico hacia Europa estaban en Sicilia y Toledo, España . Burgundio de Pisa (muerto en 1193) descubrió en Antioquía textos de Aristóteles que se habían extraviado y los tradujo al latín.





En Oriente Medio, la filosofía griega pudo encontrar cierto de apoyo  de la mano del recién creado Califato Islámico (Imperio islámico). Con la extensión del Islam en los siglos VII y VIII, se produjo un periodo de ilustración islámica que duraría hasta el siglo XV. En el mundo islámico, la Edad Media se conoce como la Edad de Oro Islámica, cuando prosperaron la civilización y la sabiduría islámica. A este período dorado de la ciencia islámica contribuyeron varios factores: el uso de una única lengua, el árabe, permitía la comunicación sin necesidad de un traductor. Las traducciones de los textos griegos de Egipto y el Imperio bizantino, y textos en sánscrito de la India, proporcionaban a los eruditos islámicos una base de conocimiento sobre la que construir. Además, estaba el Hajj: este peregrinaje anual a La Meca facilitaba la colaboración erudita uniendo a las personas y favoreciendo la propagación de nuevas ideas por todo el mundo islámico.

 

Edad de Oro del islam

Patio de los leones, en la Alhambra, Granada (España).


La Edad de Oro del islam, también conocida como Renacimiento islámico se data comúnmente a partir del siglo VIII hasta el siglo XIII o incluso hasta el XV. Durante este periodo, ingenieros, académicos y comerciantes del mundo islámico contribuyeron enormemente en aspectos como las artes, agricultura, economía, industria, literatura, navegación, filosofía, ciencias y tecnología, preservando y mejorando el legado clásico por un lado, y añadiendo nuevas invenciones e innovaciones propias. Los filósofos, poetas, artistas, científicos, comerciantes y artesanos musulmanes crearon una cultura única que ha influenciado a las sociedades de todos los continentes.



  Presentación literatura árabe


Las mil y una noches

Manuscrito de Las mil y una noches.
Las mil y una noches (en árabe, ألف ليلة وليلة Alf layla wa-layla) es una célebre recopilación medieval en lengua árabe de cuentos tradicionales del Oriente Medio, que utiliza la técnica del relato enmarcado. El compilador y traductor de estas historias folclóricas al árabe es, supuestamente, el cuentista Abu Abd-Allah Muhammad el-Gahshigar, que vivió en el siglo IX. La historia principal sobre Scheherezade, que sirve de marco a los demás relatos, parece haber sido agregada en el siglo XIV.
La compilación árabe Alf Layla (Mil noches), originada alrededor del año 850, fue traducida probablemente a su vez de una versión anterior persa llamada Hazar Afsaneh (Mil leyendas) pero quizá se originó en la India. El nombre actual Alf Layla wa-Layla (literalmente "Mil noches y una noche") parece haber aparecido en la Edad Media y expresa la idea de un número transfinito, ya que 1000 representa la infinidad conceptual entre los grupos matemáticos árabes.
Compuesto por tres grupos de relatos, el libro describe de forma fantástica y algo distorsionada la India, Persia, Siria, China y Egipto. Hacia el año 899, los relatos, transmitidos oralmente, habían sido agrupados en ciclos. Se cree que muchas de las historias fueron recogidas originariamente de la tradición de Persia (hoy en día Irán), así como de Irak, Afganistán, Tajikistán y Uzbekistán, y compiladas más adelante, incluyendo historias de otros autores.
 

Estructura

Scheherezade y Shahriar (1880) de Ferdinand Keller.




Los cuentos de Las mil y una noches emplean la técnica de los “relatos enmarcados”: en lugar de ser independientes, cada una de las narraciones genera nuevas tramas, y un cuento lleva a otro antes de conocer el desenlace del primero.
En el primero, se cuenta que un rey deja al morir su reino a su hijo, el rey Schariar; el nuevo monarca, que quiere mucho a su hermano Schazamán, le da el reino de Tartaria. Schazamán planea ir a visitar a su hermano, pero antes descubre que su esposa le está engañando, así que les corta la cabeza a los culpables. En el palacio de su hermano, Schazamán descubre además que la esposa de éste también engaña al rey, al que va a contarle lo ocurrido.

Juntos descubren nuevos engaños de las mujeres, así que Schariar acaba encerrando a la sultana y matándola delante del visir. Luego, con su propia mano, decapita a todas las mujeres de la corte. Creyendo que todas las mujeres son igual de infieles, ordena a su visir que le consiga una esposa cada día, para matarla siempre tras pasar una noche con las infelices. Este horrible designio es quebrado por Sherezade, hija del visir: esta se ofrece como esposa del sultán y la primera noche logra sorprender al rey contándole un cuento. El sultán se entusiasma con el cuento, pero la muchacha interrumpe el relato antes del alba y promete el final para la noche siguiente. Así, durante mil noches. Al final, ella da a luz a dos hijos y después de mil y una noches, el sultán conmuta la pena y viven felices (con lo que se cierra la primera historia, la de la propia Sherezade).
Las historias son muy diferentes e incluyen cuentos, historias de amor o tanto trágicas como cómicas, poemas, parodias y leyendas religiosas musulmanas. Algunas de las historias más famosas de Sherezade circulan en la cultura occidental traducidas como Aladino y la lámpara maravillosa, Simbad el marino y Alí Babá y los cuarenta ladrones. Sin embargo, es posible que relatos tan famosos como “Aladino” o “Las aventuras de Simbad el marino” sean añadidos posteriores: algunos autores conjeturan que tras el éxito que tuvo el libro en el siglo XVII, muchos editores empezaron a añadir relatos al conjunto original. Los personajes de Aladino y Simbad podrían formar parte de esos añadidos,  recogidos de la tradición oral de un cuentista cristiano de Alepo en Siria.
 En muchas historias se representa a genios, espíritus fantásticos, magos y lugares legendarios que son mezclados con personas y lugares reales; el histórico califa Harún al-Rashid es un protagonista usual. A veces algún personaje en los cuentos de Sherezade comienza a contarle a otros personajes una historia propia, y esa historia puede incluir otra historia dentro de ella, lo que resulta en una textura narrativa jerárquica.

Manda a tu voluntad, yo soy constante,
no temas de mí olvido ni mudanza.
¿Cómo puede olvidar quien desde tu partida
ya no encuentra en la vida sabor, ni olvido en la distancia?
¡Por Dios!, ¡que jamás mi corazón amó de nuevo,
ni pudo aceptar otro amor que el tuyo.



La descripción de la naturaleza es, en Ibn Zaydun, un tema recurrente en las composiciones que podríamos llamar de su tiempo de exilio. Sin embargo, no es el suyo un espíritu inclinado a observar y reproducir la belleza que le rodea. Como un místico, capaz tan sólo de ver la divina realidad en todos y cada uno de los objetos en torno a él, también Ibn Zaydun es capaz solamente de percibir su ambiente en función de su relación amorosa.
Y los arriates con sus riachuelos de plata me sonríen
como con collares desgarrados de tu cuello.
Cautivados por las flores solícitas,
tan colmas de rocío que inclinaban sus tallos.
como ojos que contemplan mi descanso
y lloran por mí lágrimas a raudales[17]
 
Se concluye este breve apartado ejemplificando la representación del amor en la poesía del poeta andalusí[18].
 
1
Un extranjero en los confines de levante
da gracias a la brisa,
porque lleva su saludo
hasta occidente.
¿Qué mal habrá en que el aliento
de la brisa lleve
un mensaje de amor que envía
un cuerpo al corazón?
 
3
Me dejaste, ¡oh gacela!,
atado en manos del infortunio.
Desde que me alejaste de ti,
no he conocido placer de sueño.
¡Si entrara en mi destino un gesto
tuyo o una mirada fortuita!
Mi intercesor -¡mi verdugo!-
en el amor es tu bello rostro.
Estaba libre del amor
y yo hoy me veo rendido.
Fue mi secreto silencioso,
y ahora ya se sabe.
No hay escape de ti,
lo que desees para mí,
así sea.
 
5
¡Ay, aquella gacela joven!
a quien pedí el licor,
y me dio generosa
el licor y la rosa.
Así pasé la noche
bebiendo del licor de su saliva,
y tomando la rosa en su mejilla.
 
7
¡Aquellas gacelas de moradas tan amables para mí!
Mi corazón les pertenece, las niñas de mis ojos, y el fondo de mi ser.
Tuyo es mi amor. La humanidad entera me es testigo.
Tú también lo serías si la envidia te abandonara.
Nunca se perdiera la unión entre nosotros
si tú hubieras amado como yo.
 
9
¡La que deja humilladas a las ramas de largos cabellos
cuando se mece,
y desprecia al cervatillo adormecido
cuando mira!
Te rescata de mí un amante. Extraño caso:
siempre que ofendes tú, él ofrece disculpa
y nunca me ha salvado de ti sentir la prevención.
Es imposible que las mañas de la pasión usen cuidado.
Tu amor es tentación predestinada.
¿Cómo podría el joven defenderse de su destino?
 
 
11
Manda a tu voluntad, yo soy constante,
no temas de mí olvido ni mudanza.
¿Cómo puede olvidar quien desde tu partida
ya no encuentra en la vida sabor, ni olvido en la distancia?
Tú me matas de amor y me sometes a pruebas de dolor,
me rompes de pasión y me dejas en herencia el sufrimiento.
Si yo guardara, infiel, el olvido en mi corazón,
no esperaría más, ¡mi esperanza!, vivir contigo.
¡Por Dios!, que jamás mi corazón amó de nuevo,
ni pudo aceptar otro amor que el tuyo.
 
13
¡Oh la peregrina distante cuyos lares están
en la reserva del corazón!
Tus bienes te hicieron olvidar al siervo
del que tú solo eres señor.
Las horas gozadas te alejaron de él
y ya ni su recuerdo se asoma a tu frente.
Quieran mis vigilias sostener la esperanza
cuyo sentido conocen tan sólo el destino y mis días.
 
15
¿Cuándo te contaré lo que me aflige?
¡Mi consuelo y tormento!
¿Cuándo tomarán mis labios
el lugar de la pluma al expresarme?
Bien sabe Dios que yo
por tu culpa me he puesto en este estado,
pues no encuentro sabor en los manjares
ni hallo grato el beber.
¡Tentación del devoto!,
¡oh pretexto del seductor!
Tú eres sol que se oculta
tras un cendal a mis miradas.
La luna, cuyo esplendor se filtra
a través de la nube transparente,
es igual a tu rostro cuando
bajo el velo se alumbra.
 
2
¿Por qué has cortado el lazo de la unión,
¡por Dios santo!, y te haces tan altiva con el vil?
¿Por qué rechazas la súplica de un amor
y una amistad sincera del que ya tiene el cuerpo enfermo?
¿Por qué no me visitas, ya que no sueles hacerlo
en persona, con carta o mensajero?
Tu veleidad desorienta mi astucia.
¿Acaso la astucia sirve de algo al fatigado?
 
4
¿Qué mal puede haber en que te muestres compasiva
si tú eres mi enfermedad y tú lo sabes?
Te complace, ¡mi exigencia y mi deseo!,
estar libre de mi queja
y reírte del amor mientras yo lloro.
Dios sea el juez de nuestro pleito.
Yo exclamo, cuando el sueño se me escapa,
como el afligido por su corazón enamorado:
¡La que duerme y por cuyo amor sufro vigilias,
regálame el sueño!, ¡tú que duermes!
 
6
¿Acaso, cuando sabes la parte de mi amor que tomas
y no ignoras el lugar que en mi corazón ocupas,
y cómo el amor me guía y me dejo llevar con obediencia
y no soporto más cadenas que las tuyas,
te satisface que la enfermedad me revista como túnica al cuerpo?
He teñido de negro por su causa mis ojos con vigilias.
Pasa tus ojos sobre las líneas de mi escrito
y encontrarás mis lágrimas desposadas con la tinta.
¡Por Dios!, ¡que ya mi corazón se derrama
en su lamento por un corazón tan duro!
 
8
¡Si yo supiera que alguna vez te encontraré en la soledad,
para poder quejarme de algo de lo que siento!
¡Dios traiga el día en que pueda declarar mi amor
con las lágrimas de mis ojos como testigo!
 
10
¿Cómo puede el tiempo hacerme sentir la desolación
cuando tú eres mi compañía,
y hacerme el día tan oscuro
cuando tú eres mi sol,
y plantar en tu amor mis deseos,
pero recoger la muerte entre los frutos
de mi siembra?
Has pagado con la traición mi lealtad
y has malbaratado mi amor injustamente.
Si el destino se sometiera a mi razón,
te rescataría de sus contradicciones al precio
de mi ser.
 
12
¡Por el ramo oloroso cuyo perfume cura al enfermo;
alientos ungidos, dulce aroma!
Con él me señalan los dedos suaves
de una joven esbelta, sus ojos oscurecidos con colirio de magia.
Espléndida belleza hecha de amor asciende entre sus ramas,
enferma con almizcle de radiantes virtudes.
Cuando ofrece jazmines con su mano,
recibo estrellas luminosas de mano de la luna.
Tiene virtudes dulces en un hermoso cuerpo,
una elegancia como fragante perfume o aroma de vino,
y consuela mi alma con una plática que me da contento
como los deseos y la unión que siguen a la ausencia.
 
 
14
¡La que hice famosa entre los hombres
por mi corazón abrumado de anhelos y penas!
Ausente tú no encuentro ser que me consuele
y tú presente toda la humanidad está conmigo.
 
 
 
 
 
 
 

 

 

V.  AL-MUTAMID (1040-1095).

Si los andalusíes hubiesen compuesto cantares de gesta, su héroe indiscutible hubiese sido el rey al-Mu`tamid de Sevilla. Al–Mutamid, ocupa un distinguidísimo lugar entre los poetas árabes y por su extraño destino, y por la trágica caída en que arrastró a todos los suyos, aparece como un héroe digno de la poesía. A pesar de su índole malvada, este tirano cruel, no sólo fue amante y favorecedor de las letras, sino también poeta y autor de muchas composiciones. Sirva de ejemplo la siguiente a la ciudad de Ronda:
La perla de mis dominios, mi fortaleza te llano,
desde el punto en que mi ejercito,  a vencer
acostumbrado, con lazas y con alfanjes,
te puso al fin en mi mano. Hasta que llega
a la cumbre de la gloria peleando, mi ejercito
valeroso no se reposa en el campo. Yo soy
tu señor ahora, tu mi defensa y amparo.
Dure mi vida, y la muerte no evitaran
mis contrarios. Sus huestes cubrí de oprobio.
En ellas sembré el estrago, y de cortadas
cabezas. Hice magnífico ornato, que ciñe,
cual gargantilla. Las puertas de mi palacio[19].
 

V. 1.  LA POESÍA DE AL-MU`TAMID.

La poesía de Al-Mu`tamid de Sevilla está, en gran parte, libre del lenguaje hermético para los no iniciados que emplea con profusión la poesía árabe medieval. La clave de su claridad se encuentra, tal vez, en un hecho extraliterario: su condición real, que le permitió servirse de la poesía y no ser el sirviente de ésta.
Su poesía no está libre de retórica, pues utiliza diversos juegos de palabras típicos de la poesía árabe: Tagnís o paranomasia, tadmín o intercalación, e incluso un acróstico, pero siempre con un refinado equilibrio. Su léxico, por otra parte, es sencillo, sin arcaísmos ni palabras rebuscadas.
Su lenguaje poético parece centrarse en la antítesís, especialmente en la contraposición luz/oscuridad, por lo que su poesía se convierte, en su primera época, en nocturna y astral: la noche iluminada por los astros es la única descripción de la naturaleza que se encuentra en sus poemas. Los otros elementos naturales (jardín, flores, animales, agua) sólo aparecen como comparaciones antropológicas. El léon será el guerrero; la gacela, la mujer; el agua será metáfora de la generosidad como rocío o como nube y en sus poemas del exilio, será llanto, hiperbólicamente transformado en lluvia y océano; los pájaros serán, también en Agmat, metáforas de la libertad. La mujer será jardín perfumado, rama por su cintura y  rosa por sus mejillas, pero sobre todo astro:

La amada

¡Oh mi elegida entre todos los seres humanos!
¡Oh Estrella! ¡Oh luna!
¡Oh rama cuando camina,
oh gacela cuando mira!
¡Oh aliento del jardín, cuando
le agita la brisa de la aurora!
¡Oh dueña de una mirada lánguida,
que me encadena!
¿Cuándo me curaré? ¡Por ti daría la vista y el oído!
Tu frescor aliviaría
la oscuridad de mi corazón[20].
Y él mismo se describe como un astro, la luna, rodeado de los antitéticos doncellas/estrellas y caballeros/tinieblas. La oposición tinieblas/luz se convierte en tropos de los sentimientos:
La noche de tu ausencia es larga
¡Que nuestro abrazo de amor sea como el alba[21]!
Sin el contraste de las tinieblas, al-Mu`tamid no gusta demasiado del sol diurno, símbolo de la gloria:
Nuestra gloria es como el sol, en altura y brillo[22].
Por eso lo prefiere velado, por la luna o las nubes:
Se levantó y veló de mis ojos con su figura,
el disco solar ¡Ojala se velase igual la desgracia!
Ella sabe sin duda que es una luna.
¿Qué puede ocultar el sol sino la faz de la luna?
Cuando te lanzaste al combate, enlorigado,
velado el rostro con el almófar,
creímos que tu rostro era el sol de la mañana,
velado por una nube de ámbar[23].
La noche tiene otro significado para el poeta: el sueño, lleno de visiones eróticas. Sus poemas oníricos son los más sensuales, como vemos en este poema:

Amor onírico

Te he visto en sueños en mi lecho
y era como si tu brazo mullido fuese mi almohada,
era como si me abrazases y sintieses
el amor y el desvelo que yo siento,
es como si te besase los labios, la nuca,
las mejillas, y lograse mi deseo.
¡Por tu amor!, si no me visitase tu imagen
en sueños, a intervalos, no dormiría más[24].
 
El vehículo normal de su poesía es la casída y la métrica clásica árabe. En los siguientes ejemplos presentamos una antología de poemas del poeta, donde creemos que podrá observarse su calidad poética[25].
TRES COSAS
Tres cosas impidieron que me visitara
por miedo al espía y temor del irritado envidioso;
la luz de su frente, el tintineo de sus joyas
y el fragante ámbar que envolvía sus vestidos.
Supón que se tapa la frente con la amplia bocamanga,
y se despoja de las joyas, más ¿Qué hará con su aroma?

 

EL COPERO, LA COPA Y EL VINO

Apareció, exhalando aromas de sándalo,
al doblar la cintura por el esbelto talle,
¡Cuántas veces me sirvió, aquella oscura noche,
en agua cristalizada, rosas líquidas!
 
DESPEDIDA
Cuando nos encontramos para despedirnos, de mañanita,
ya tremolaban las banderas en el patio del alcázar;
eran acercados los corceles, redoblaban los atabales:
eran las señales de partida.
Lloramos sangre, hasta que nuestros ojos eran como heridas
al fluir aquel líquido rojo.
Y esperábamos volver a vernos a los tres días...
¿Qué habría sucedido si hubiesen sido más?

 

EL RELÁMPAGO

El relámpago le asustó, cuando en su mano
el relámpago del vino resplandecía.
¡Ojalá supiera cómo, si ella es el sol de la mañana,
se asusta de la luz!

CARTA

Te escribo consciente de que estás lejos de mí,
y en mi corazón, la congoja de la tristeza;
no escriben los cálamos sino mis lágrimas
que trazan un escrito de amor sobre la página de la mejilla;
si no lo impidiera la gloria, te visitaría apasionado
y a escondidas, como visita el rocío los pétalos de la rosa;
Te besaría los labios rojos bajo el velo
y te abrazaría del cinturón al collar;
¡Ausente de mi lado, estás junto a mí!
Si de mis ojos estás ausente, no de mi corazón.
¡Cumple la promesa que nos hicimos, pues yo,
tú lo sabes, cumplo mi parte!

LA AURORA LADRONA

Disfrazó la pasión que quería ocultar,
más la lengua de las lágrimas se negó a callar;
Partieron, y ocultó su dolor, más lo divulgó
el llanto de la pena, tan evidente y balbuceante;
les acompañé mientras la noche descuidaba su vestidura,
hasta que apareció ante sus ojos una señal evidente:
Me detuve allí perplejo: la mano de la aurora
me había robado las estrellas.
EL CORAZÓN
El corazón persiste y yo no cesa;
la pasión es grande y no se oculta;
las lágrimas corren como las gotas de lluvia,
el cuerpo se agosta con su color amarillo;
y esto sucede cuando la que amo, a mí está unida:
¿Qué sería, si de mí se apartase?
VI. La situación de la poesía en Oriente “la época del estado abbassi”.
Los poetas árabes se cuentan por millares. Pero obsérvese que, ordinariamente, el europeo ilustrado no podría mencionar un solo bardo árabe, a pesar de que los poetas árabes son tan numerosos como las estrellas del firmamento o como las flores que alegran el jardín del mundo[26]. Sin embargo, entre tanta abundancia, ocurre que para hallar, por ejemplo, un europeo enterado de quién es el primero de los poetas árabes, al menos del período de oro musulmán, hay que acudir a un especialista para que nos diga que fue muy famoso Al Mutanabbi, que vivió entre los años 915 y 965 d.C.; y  también lo fue el cínico y genial Abu Nowas ( 806-813).
A pesar de la división política, y lejos de destruir el impulso de la cultura musulmana, los desórdenes sociales la estimularon. Indudablemente, la época de los Abbassi es su Edad de Oro. Cualquiera que haya sido el papel material y cultural desempeñado por las cortes de los príncipes, lo cierto es que, frente a la cultura europea de la época, la cultura musulmana se caracteriza socialmente por una difusión más amplia, ligada al desarrollo urbano y a la fabricación del papel. La mayor parte de los «sabios» eran hombres que tenían un oficio. No había ninguna ciudad, exceptuando las principales, que no contase con una biblioteca o más, y con escuelas y estudiantes dependientes de las mezquitas o de fundaciones privadas, ya que se consideraba que era una obra pía contribuir a extender la ciencia. A lo largo de todo el mundo, se emprendía la búsqueda de los manuscritos que contenían la ciencia y auténticos ejércitos de copistas trabajaban para multiplicarlos.  Los waqfs se encargaban de su mantenimiento, igual que los maestros y sus discípulos, muchos de los cuales no disponían de una gran fortuna. El oficio de librero era remunerador. Sin embargo, antes del siglo XI, no hubo en ningún sitio una enseñanza auténticamente oficial, lo que traía consigo una notable diversidad. Los estudiantes, con frecuencia de cierta edad, iban de maestro en maestro, de ciudad en ciudad, para completar su «búsqueda de la ciencia». «Leían bajo» la supervisión de un maestro, o más exactamente, lo escuchaban tomando notas, mientras leía un texto básico y lo comentaba, pata discutirlo después entre ellos. Los que habían superado las pruebas estaban autorizados para transmitir lo que el maestro les había transmitido a ellos. El fin perseguido era llegar a ser omnisciente.
Los letrados y los sabios se encontraban en las audiencias, es decir, en los «salones» de los mecenas. La atmósfera era liberal en extremo, a pesar del ardor de las discusiones. En ningún otro lugar durante la Edad Media, y tampoco más tarde en el mundo musulmán, podremos encontrar un ambiente similar.
En este período, al igual que en los anteriores, no había una separación clara entre la reflexión religiosa y el pensamiento literario o científico. Ciertamente, se distingue entre las ciencias musulmanas y las restantes ciencias, pero apenas se puede encontrar a alguien que no haya cultivado ambas y, de todos modos, los problemas que se planteaban filósofos y sabios incidían necesariamente en el terreno religioso.
            En esta época, bajo el poder de la dinastía de los abasidas, el Islam alcanza el máximo esplendor en las ciencias y en las artes, haciendo de Bagdad el centro no sólo político, sino también cultural del califato al que acuden la mayoría de escritores, como el persa Bachchar Ibn Bourd (del 783); Al Bohtori nacido en 820 y muerto en 897; la poetisa Fadhl (del 873), célebre como admirable improvisadora, y otros muchos. Al mismo tiempo se hizo notar la influencia de Persia, con su refinamiento, su elegancia, su cultura, y, fundiéndose con las cualidades árabes, dio por resultado el gran período clásico o Siglo de Oro de la literatura árabe, en el que observamos -en los países conquistados por los musulmanes- un desarrollo progresivo y rápido, pues todos se esfuerzan en aprender la lengua del Islam. Pero muchos no se contentan con esto, sino que también quieren dominarla a la perfección y dominar su literatura. Cuando nos acercamos a la mitad del siglo II de la Hégira (VIII y IX d.C.), nos encontramos con muchos poetas que no son árabes, sino que pertenecen a los pueblos extranjeros dominados por los árabes[27].
En este período, la producción literaria adquiere un nuevo carácter.  Compuesta por una sociedad urbana, está dirigida por primera vez a las poblaciones de estirpe no árabe. Si pasamos revista a los poetas que sobresalieron en esta época, ornato de Bagdad, de los que se enorgullece la civilización islámica, hallaremos que muchos son persas, o bien de origen semita (arameo y nabateo), que conocen la lengua árabe y destacan en la misma, dando lugar a que surjan poetas que rivalicen con los poetas árabes y puedan alcanzar la posición de primerísima figura.
A medida que avanza el siglo II de la Hégira (VIII y IX d.C.), comprobamos que la lengua árabe, restringida al norte de la Península Arábiga, solamente es hablada por tribus de beduinos cuya forma de vida tan agreste es lo más penoso que se pueda describir, aunque más tarde se dulcificó. Esta lengua pudo reunir la literatura de la India, la filosofía de los griegos y la cultura de los persas. Todo esto transcurre en tan poco tiempo que no podemos afirmar que fuera suficiente para transferir estas culturas a una sola lengua, de forma que se transformen estas comunidades en una sola de sentimiento y pensamiento homogéneos, en una sola cultura donde no resalte diferencia alguna[28].
Pero alejados de Bagdad, brillaban Abu Temmam (del 846), autor de la antología llamada Hamasa (que literalmente significa la fuerza); Al-Mutanabbi (915-965), el poeta famoso de noble entonación en sus versos ampulosos de aspirante a profeta y a rey; Abu Firas al-Harndani, el que muchos consideran creador de un arte ingenioso y sugestivo y cuya corte de Alepo fue un centro de cultura donde brilla también Al-Mutanabbi.
En este período clásico de la literatura árabe, la casida adquiere un carácter cada vez más ceremonial, pues se enriquece de tecnicismos y de artificiosidad persiguiendo la belleza de la metáfora y de los símiles. Éste es el “nuevo estilo”, llamado por los filólogos al-badiâ, que fue adoptado por vez primera con éxito por Bashshar Ibn Burd. Pero su principal exponente es Abu an-Nowas, que se educó en la escuela de Basra y vivió en la corte del gran califa Harun al-Rashid.
Abu an-Nowas (h. 139 – h. 199), alegre y cínico, cantor del vino y de las tabernas, de las danzarinas y de los efebos, de los jardines y de las aguas claras, funde el sentimiento persa del dolor cósmico con la índole pasional de los beduinos. En edad tardía se dedica a la mística componiendo poemas ascéticos.
Muy distinto es su austero contemporáneo Abu al-Âatahiya (h. 748 - h. 825), de personalidad ascética y poeta en una lengua sencilla accesible al pueblo.
Al Mutanabbi (915-965)
Abul Tayyib Ahmad ibn al Hussein, al-Mutanabbi, nació en Cufa (Irak), en el barrio de los Kindíes, en el año 915, el año 303 de la Hégira. Su padre era un humilde aguador, un beduino agobiado por la ciudad, pero descendiente de la orgullosa tribu de los Banu Ju‘fi. Desde niño, Mutanabbi mostró un talento especial para componer versos y recibió la educación más esmerada que la pobreza de su familia permitió. En 927 pasó una larga temporada en el desierto de la Samawa, en donde además de aprender árabe clásico, se "beduinizó" y participó en algunos hechos de armas. Un poco después viviría la gran aventura que deja entrever la soberbia que lo empujaría a buscar en la poesía la expresión más rigurosa y atrevida, y que al final lo perdería. En 933 se interna de nuevo en el desierto y emprende una reescritura poética del Corán[29]. Se finge milagroso y algunos clanes lo siguen.
Abul Tayyib se autoproclama profeta, de ahí el apodo "Mutanabbi" (el que se las da de profeta). La aventura, por supuesto, terminó en la cárcel y sólo la benevolencia de un emir, que atribuyó a la juventud del acusado la descabellada empresa, impidió que Mutanabbi muriera. Tras obtener su libertad, comenzó un frustrante vagabundeo hasta que en 948 llega ante el temido Sayf al-Dawla de Alepo, "Espada del Estado". El valor, la cuna y la generosidad de al-Dawla encontraron su par en el orgullo y el talento de Mutanabbi y se establece así una relación que habría de durar nueve años, nueve años de amistad, guerra, cacerías y luto. Sayf al-Dawla sería reconocido en todo el Islam y a través de los siglos gracias a las odas –llamadas el Saffiyat– que el poeta compuso en su honor. Pero las intrigas de los envidiosos y la falta de astucia de Mutanabbi, cuyo feroz carácter le impedía defenderse de las intrigas, los separaron.
Comenzó entonces un vagabundeo que, después de las glorias que conoció junto al príncipe de Alepo, hubo de ser muy amargo. En septiembre de 957 tuvo que componer un panegírico en honor del visir Kafur de Fostat, en el Cairo Viejo, y la falta de sinceridad es evidente en el poema. Kafur era un esclavo etíope y eunuco, brillante estadista, pero muy distinto del temerario al-Dawla. Después de una agrio ruptura, Mutanabbi se vio obligado a huir, dejando atrás los más ofensivos poemas burlescos, en los que quedan manifiestas la hiel y la rabia.
Hubo de buscar nuevos patronos, ninguno satisfactorio. El poeta, iracundo, ve cómo se repiten los días extenuantes de su juventud, en los que tanto se fatigó buscando un patrono digno de su pluma. En 965, cuando su caravana se acercaba a las puertas de Bagdad, fue sorprendido por los beduinos de la tribu Assad. Mutanabbi y su hijo son acuchillados –se cree que por órdenes de Kafur– y los manuscritos del poeta se pierden en las arenas del desierto.

Abú-l-´Alá´ al-Ma´arri (973-1057 ó 1058)

A partir del año 1000, se inicia la llamada segunda época abbási, de franca decadencia literaria. Con el transcurso de los años, la poesía mira cada vez más a la elegancia de la expresión y a ela riqueza del lenguaje mientras que el contenido pierde poco a poco importancia. La aparición insólita e inesperada de un poeta ilustre es la de Abú-l-´Alá´ al-Ma´arri (973-1057 ó 1058), del que contamos con dos colecciones: una, Saqt az-land (Chispas del eslabón), recoge las primeras poesías, las menos originales; la otra, Luzumiyat (Obligaciones de lo que no obliga), refleja su desprecio por la vida, cantada con acentos llenos de amargura y escepticismo.

La noche es una novia

Aunque con vestido negro hay tal vez una noche tan hermosa como el alba.
En ella nos precipitamos con alegría cuando se detuvo, inquieta, la Pléyade de estrellas.
La noche es una novia oscura que usa collares de perlas.
Esta noche el sueño huyó de mis párpados tal como lo que tranquiliza se evade del corazón del temeroso.
Se diría que la luna creciente desea la Pléyade y que juntas se abrazan para un primer adiós.
¡Ay, nosotros los náufragos!
¿Cómo podrían salvarnos dos estrellas, que en lo oscuro también han naufragado?
La Quilla de la nave Argos es como la mejilla roja de la amada, como el cuerpo del amante en el amor.
Sus pies estelares se mantienen detrás de él y él está en lo imposible
como el que camina con los tobillos quebrados.
Luego se blanquearon las sienes de la noche
que se alarmó de estar tan desamparada: bajo el azafrán ocultó la aurora[30].
El camino del sediento
Muchos protegen sus mejillas de los besos
y no saben qué polvo vendrá a apoderarse de ellas.
Otros atan a su cuello todas las desdichas del mundo
y ni siquiera pueden soportar su propio collar.
Puede ser que el sediento que va hacia el manantial sólo encontrará allí la muerte
[31].
Una palabra de eternidad
Me he alejado de los hombres hasta que no hubiera ya ni uno que se dijera mi hermano,
y defendí a mis enemigos al grado de que nadie me vuelva a considerar un enemigo.
La desdicha se me volvió fácil de soportar como si empezara a amarla.
Se diría que soy una palabra en la lengua de la eternidad, una palabra cargada de fines infinitos.
Algunos insisten en que quieren comprenderme, como si machacaran un sentido multiplicado.
Si sólo a mí me dieran el paraíso, detestaría esa soledad celeste.
¡Que las nubes que en todos lados se esparcen no lluevan ni sobre mi tierra ni sobre mí!
[32]


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