La localidad alemana de
Andernach sustituye sus zonas verdes tradicionales por huertos cuidados
por los vecinos, que pueden llevarse gratuitamente los productos
cosechados
Plantaciones hortofrutícolas en el foso del castillo de Andernach / Foto: Instituto Goethe
Cuando Thomas Manz quiere cocinar unas verduras u hortalizas, coge su cesto, sale a la calle y las recolecta en alguno de los espacios públicos de su localidad, Andernach,
una población de unos 30.000 habitantes al norte del estado alemán de
Renania-Palatinado. Se hace con una col, unos calabacines o cualquier
otro producto que ya esté en su punto y se los lleva a su cazuela.
“Vengo un par de veces por semana y me dejo inspirar por lo que
encuentro”, dice.
Los vecinos de Andernach pueden proveerse de los vegetales que crecen en los huertos que ya cubren una quinta parte de los parques, jardines y zonas verdes
de la villa. Tomates, uva, calabazas, manzanas, pimientos, lechugas,
fresas, hierbas aromáticas, incluso cereales y numerosas flores de
colores prosperan en lugares como el paseo que sigue la orilla del Rin o
el foso del viejo castillo medieval a la espera de que cualquier
ciudadano acuda a recogerlos para aportar a su dieta unos ingredientes ecológicos, de insuperable proximidad y totalmente gratuitos.
Los cultivos cubren ya 8.000 metros cuadrados del centro y unas 13 hectáreas a las afueras. El Ayuntamiento financia el mantenimiento de los cultivos, del que se
encarga un equipo de una veintena de ex parados de larga duración que
reciben un pequeño salario a cargo de subsidios federales, y el
presupuesto municipal incluso ahorra dinero, ya que el
cuidado de estos espacios, que no es preciso replantar una o más veces
al año, resulta mucho más económico que antes, admite el alcalde Achim
Hütten, del Partido Socialdemócrata (SPD).
Pero el beneplácito del consejo municipal no fue tan fácil de obtener
al principio para el impulsor de la idea, el funcionario de la Oficina
de Planificación Urbana Lutz Kosack. “Los políticos se oponían: temían
que los espacios verdes se echasen a perder o se deterioraran, tenían miedo al vandalismo, y al rechazo de la ciudadanía”, recuerda.
Hasta que vieron los números: 100 tomateras plantadas en un parterre a
orillas del río salían por poco más de un euro y medio la unidad,
mientras el mantenimiento del banco que había allí antes, víctima
frecuente de los gamberros, llegaba a costar 500 euros al año al contribuyente.
Un metro cuadrado de tulipanes que había que replantar continuamente, o
sustituir por otras flores, costaba 60 euros al año. Los arbustos que
lo ocupan ahora le cuestan a la ciudad 10 euros, y encima proporcionan
frutos.
Y cuando vieron el entusiasmo con que los vecinos acogieron el proyecto de la Ciudad comestible,
que arrancó en la primavera de 2010, los ediles desterraron ya todas
sus dudas. Se dieron cuenta de que desde el consistorio también se
podrían recoger –literal y figuradamente– sus frutos.
Ovejas y gallinas
Poco a poco, en Andernach, los letreros de “No pisar la hierba” fueron siendo sustituidos por los de “Coja lo que quiera”. Kosack logró ir reemplazando los aburridos setos y parterres (“cementerios de plantas”, los llama) por huertos donde bulle la actividad, humana, animal y vegetal,
y en los que el paisaje cambia radicalmente en cada estación. “Es algo
fantástico: pasar las vacaciones aquí es mejor que ir a Italia”,
manifestaba una veterana residente a la TV pública alemana.
En total, los cultivos cubren ya unos 8.000 metros cuadrados del tejido urbano
de Andernach. Y, además, alrededor de la ciudad se extienden otras 13
hectáreas de terrenos municipales donde, a cargo del erario público, se
practican ecológicamente la agricultura y la ganadería (con felices
pollos y ovejas que se alimentan entre flores). Eso sí, los productos de
origen animal (carne y huevos) no pueden recogerse a voluntad: deben adquirirse en una ecotienda a precios subvencionados.
La ciudadanía se ha involucrado muy activamente en el proyecto y ello
ha abaratado enormente sus costes: muchos vecinos cavan, siembran,
riegan, podan y, por supuesto, cosechan en los huertos. Se organizan
apasionados debates sobre qué plantar en cada parcela, o cómo hacerlo,
explica otro de los cerebros de la iniciativa, la especialista
en jardinería Heike Boomgaarden. E incluso quienes no participan
directamente en las labores hortícolas miman y respetan igualmente las
plantas, que crecen en parajes que antaño eran urinarios nocturnos o
estaban cubiertos de basura. “La gente es consciente de que otras personas van a comerse las cosas que crecen allí”, se felicita Kosack.
El mantenimiento de estos espacios públicos es ahora mucho más barato
Bien es cierto que no todos los beneficiarios del proyecto tienen el
mismo nivel de conocimientos agrarios, por lo que muchos desenterraban
las patatas antes de tiempo, o arrancaban frutos todavía por madurar.
Hubo que proteger algunas plantaciones del libre acceso de los
viandantes. Y ahora, los padres de la iniciativa se plantean colocar una red de semáforos
que informarán de si determinado producto está ya listo para su consumo
o si todavía debe aguardarse a que se complete su ciclo vital.
Kosack y Boomgaarden apostaron por la sensibilización como una de las claves del proyecto. El proyecto Gran Abeja ha
llevado la apicultura a las escuelas, donde los alumnos cuidan de
colmenas y plantan especies vegetales ricas en néctar para ayudar a
sobrevivir a las polinizadoras. Y también por la educación en la
biodiversidad agrícola. Así, en 2010 se llegaron a plantar a los pies
del castillo un centenar de variedades distintas de tomates.
En 2011, 100 variedades de judías. Y en 2012, 20 clases distintas de
cebollas. Y se han recuperado especies autóctonas que estaban al borde
de la desaparición, como la manzana Namedia Gold o la almendra de Renania.
El éxito del experimento, que ya ha recibido un buen número de
premios por su contribución al desarrollo sostenible, la alimentación
saludable, a la lucha contra el cambio climático y al impulso de nuevas
formas de participación social, lo está haciendo contagioso: más de 300 localidades y municipios
de Alemania, Países Bajos, Suiza o Austria, incluso de Sudáfrica y
Australia, han pedido información sobre el proyecto. Algunas, como las
germanas Minden, Kassel o Waldkirch, o la austriaca Kirchberg y Wagram,
ya se están volviendo también ciudades comestibles.
Fuente: aquí.
Después de haber trabajado la estructura del texto y de haber debatido sobre su contenido, realiza las siguientes actividades de vocabulario:
1. Encuentra, entre este vocabulario perteneciente al texto:
- Una palabra que se refiere a las abejas
- Un sinónimo de ayuntamiento
- Dos vocablos relacionados con la agricultura.
- Un sustantivo y un adjetivo referidos a personas.
- Dos términos económicos.
- erario
- beneplácito
- sostenible
- apicultura
- viandante
- agrarios
- hortícolas
- consistorio
- vandalismo
- veterana
- subsidios
2. Si apicultura se refiere a la cría de abejas, ¿cómo se denomina el cuidado de...?:
- Las gallinas y otras aves.
- La tierra y las plantas.
- Una huerta.
3. ¿A qué animales nos referimos cuando hablamos de ganado...?
- Ovino
- Bovino
- Porcino
4. Trata de decir los mismo que estas frases, cambiando cada una de las palabras por un sinónimo:
- Thomas Manz quiere cocinar unas verduras u hortalizas, coge su cesto, sale a la calle y las recolecta en alguno de los espacios públicos de su localidad
- Cualquier ciudadano acude a recoger los productos para aportar a su dieta unos ingredientes ecológicos, de insuperable proximidad y totalmente gratuitos.
- El Ayuntamiento financia el mantenimiento de los cultivos
- No todos los beneficiarios del proyecto tienen el mismo nivel de conocimientos agrarios, por lo que muchos desenterraban las patatas antes de tiempo.
5. Fruta y verdura son hiperónimos de estas palabras: Tomates, uva, calabazas, manzanas, pimientos, lechugas, fresas. Di cuáles son frutas y cuáles verduras.
6. Encuentra hiperónimos para hablar de animales, de muebles y de vehículos.
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