
Muchas gracias por vuestra colaboración.
Bitácora de Lengua española y Literatura del Instituto San Blas de Aracena
[...] Su cuerpo reposa en el panteón de los Capuletos y su alma inmortal mora con los ángeles. Yo la he visto depositar en la bóveda de sus padres y tomé la posta al instante para anunciároslo. ¡Oh, señor! Perdonadme por traer esta funesta noticia; pues que es el encargo que me dejasteis.
¿Es lo cierto? Pues bien, astros, yo os hago frente.[...] alquila caballos de posta: parto de aquí esta noche.
Excusadme, señor, no puedo dejaros así. -Vuestras pálidas y descompuestas facciones vaticinan una desgracia.
¡Bah! Te engañas. Déjame y haz lo que te he mandado.
[...]
Bien, Julieta, reposaré a tu lado esta noche. Busquemos el medio. ¡Oh, mal! ¡Cuán dispuesto te hallas para entrar en la mente del mortal desesperado! Me viene a la idea un boticario -por aquí cerca vive; -le vi poco ha, el vestido andrajoso, las cejas salientes, entresacando simples: su mirada era hueca, la cruda miseria le había dejado en los huesos. Colgaban de su menesterosa tienda una tortuga, un empajado caimán y otras pieles de disformes anfibios: en sus estantes, una miserable colección de botes vacíos, verdes vasijas de tierra, vejigas y mohosas simientes, restos de bramantes y viejos panes de rosa se hallaban a distancia esparcidos para servir de muestra. Al notar esta penuria, dije para mí: Si alguno necesitase aquí una droga cuya venta acarrease sin dilación la muerte en Mantua, he ahí la morada de un pobre hombre que se la vendería.[...] -¡Eh, eh! ¡Boticario!
¿Quién llama tan recio?
Llégate aquí, amigo. Veo que eres pobre; toma, ahí tienes cuarenta ducados. Proporcióname una dosis de veneno [...]
Tengo de esos mortíferos venenos; pero la ley de Mantua castiga de muerte a todo el que los vende.
¿Y tú, tan desnudo y lleno de miseria, tienes miedo a la muerte? El hambre aparece en tus mejillas, la necesidad y el sufrimiento mendigan en tus ojos, sobre tu espalda cuelga la miseria en andrajos . Ni el mundo, ni su ley son tus amigos; el mundo no tiene ley ninguna para hacerte rico; quebranta, pues, sus prescripciones; sal de miserias, y toma esto.
Mi pobreza, no mi voluntad, lo acepta.
Ahí tienes tu oro, veneno más funesto para el corazón de los mortales, causante de más homicidios en este mundo odioso que esas pobres misturas que no tienes permiso de vender. Yo te entrego veneno, tú a mí ninguno me has vendido. Adiós, compra pan y engórdate. -¡Ven, cordial, no veneno! Ven conmigo al sepulcro de Julieta; pues en él es donde debes servirme.
En verdad, querido Romeo, queremos que bailes.
No bailaré, creedme: vosotros tenéis tan ligero el espíritu como el calzado: yo tengo una alma de plomo que me enclava en la tierra, no puedo moverme.
Amante sois; pedid prestadas las alas de Cupido y volad con ellas a extraordinarias regiones.
Sus flechas me han herido muy profundamente para que yo me remonte, con sus alas ligeras, y puesto en tal barra, no puedo trasponer el límite de mi sombría tristeza. Me hundo bajo el agobiante peso del amor.
Y si os hundís en él, le abrumaréis; para el delicado niño sois un peso terrible.
¿El amor delicado niño? Es crudo, es áspero, indómito en demasía; punza como la espina
Si con vos es crudo, sed crudo con él; devolvedle herida por herida y le venceréis.] -Dadme una careta para ocultar el rostro. (Enmascarándose.) [¡Sobre una máscara otra! ¿Qué me importa] que la curiosa vista de cualquiera anote deformidades? Las pobladas cejas que hay aquí afrontarán el bochorno.
Vamos, llamemos y entremos y así que estemos dentro, que cada cual recurra a sus piernas .
Un hachón para mí. Que los aturdidos, de corazón voluble, acaricien con sus pies los insensibles juncos; por lo que a mí toca, me ajusto a un refrán de nuestros abuelos. -Tendré la luz y miraré. -Nunca ha sido tan bella la fiesta, pero soy hombre perdido.
¡Bah! De noche todos los gatos son pardos; era el dicho del Condestable: Si estás perdido, te sacaremos (salvo respeto) de la cava de este amor en que estás metido hasta los ojos.
Padre, no me digas que sabes del caso sin manifestarme cómo puedo impedirlo. [Si en tu sabiduría, no cabe prestarme ayuda, declara solamente que apruebas mi resolución, y con este puñal voy a remediarlo al instante. Dios ha unido mi corazón al de Romeo, tú nuestras manos, y antes que esta mano, enlazada por ti a la de Romeo, sirva de sello a otro pacto, antes que mi corazón fiel, con desleal traición, se dé a otro, esto acabará con ambos.] Alcanza [pues de tu vieja, dilatada experiencia] algún consejo que darme al presente, o, mira: este sangriento puñal se enderezará decisorio entre mi vejación y yo, resolviendo como árbitro lo que la autoridad de tus años y tu ciencia no atraiga a la senda del verdadero honor. No así dilates el responder; la muerte se me dilata si tu respuesta no habla de salvación.
Detente, hija; entreveo cierta clase de esperanza que requiere una resolución tan desesperada como desesperado es el mal que deseamos huir. Si tienes la energía de querer matarte antes que ser la esposa del conde Paris, no es, pues, dudoso que osarás intentar el remedo de la muerte para rechazar el ultraje a que haces cara con la muerte misma, en tu afán de evitarlo. Y pues tienes ese valor, voy a ofrecerte recurso.