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miércoles, 16 de mayo de 2018

La obra y su contexto


1. ¿Conoces a este primo de Miguel Ángel Nogales?:


2. Ordena cronológicamente estos hechos de la historia de los Estados Unidos de América: 

  • Ley seca
  • Macartismo
  • Gran Depresión
  • American way of life
  • New Deal
 New Deal (literalmente en castellano: «Nuevo trato») es el nombre dado a la política intervencionista del presidente Franklin D. Roosevelt, puesta en marcha para luchar contra los efectos de la Gran Depresión en Estados Unidos. Entre 1933 y 1938, el gobierno realizó inversiones importantes para lograr una nueva distribución de los recursos y del poder, reformar los mercados financieros y redinamizar una economía estadounidense herida desde el Crac del 29 por el desempleo y las quiebras en cadena. Se pueden encontrar leyes de reforma de los bancos, programas de asistencia social urgente, programas de ayuda para el trabajo y programas agrícolas.  Aunque la Corte Suprema juzgó numerosas reformas como inconstitucionales, su éxito es innegable en el plano social. La política llevada por el presidente Franklin D. Roosevelt cambió el país mediante reformas y no mediante una revolución. A pesar de las críticas sobre sus eficacia, el New Deal permitió un mejoramiento de la democracia estadounidense en los años siguientes y que perdura hasta la actualidad.

Durante sus diez años de mandato, el senador republicano Joseph Raymond  instigó una cruzada anticomunista, titulándose defensor de los auténticos valores americanos entre 1950 y 1956. Gente de los medios de comunicación, del gobierno, militares y funcionarios fueron acusados por McCarthy como sospechosos de espionaje soviético o de simpatizantes del comunismo.
El término «macarthismo» ha sido empleado después como sinónimo de «caza de brujas», para referirse, en general, a cualquier actividad gubernamental dirigida a suprimir puntos de vista políticos o sociales no favorables, a menudo limitando o suspendiendo derechos civiles alegando la necesidad de mantener la seguridad nacional.

La Gran depresión fue una crisis económica mundial que se prolongó durante la década de 1930, en los años anteriores a la Segunda Guerra Mundial.
La Gran Depresión se originó en los Estados Unidos, a partir de la caída de la bolsa del 29 de octubre de 1929, y rápidamente se extendió a casi todos los países del mundo.
La depresión tuvo efectos devastadores en casi todos los países, ricos y pobres. La renta nacional, los ingresos fiscales, los beneficios y los precios cayeron, y el comercio internacional descendió entre un 50 y un 66%. El desempleo en los Estados Unidos aumentó al 25%, y en algunos países alcanzó el 33%. Ciudades de todo el mundo se vieron gravemente afectadas, especialmente las que dependían de la industria pesada, y la construcción se detuvo prácticamente en muchas áreas. La agricultura y las zonas rurales sufrieron la caída de los precios de las cosechas que alcanzó aproximadamente un 60%


La ley seca, al prohibir el alcohol y no dar respuesta a la demanda existente, puede favorecer la generación de mercados negros y dinero negro. La prohibición más importante y mediática fue la de los Estados Unidos, donde tuvo lugar un auge considerable del crimen organizado.  Un año después de la ratificación de esta enmienda quedaron prohibidas la manufactura, venta, transporte, importación y exportación de licores intoxicantes para ser usados como bebida en los Estados Unidos y en todo territorio sometido a su jurisdicción.


La crisis económica  producida tras la Primera Guerra Mundial y la Gran Depresión, así como la entrada en vigor de la ley seca, con el subsiguiente desarrollo del crimen organizado y del gangsterismo, dan lugar a numerosas historias policiacas de la novela y el cine negros, que recrearán personajes tales como  Al Capone (en "Los intocables", por ejemplo) u otros jefes mafiosos estadounidenses.

3. Indica cuáles de estas características del género están presentes en esta escena de El sueño eterno, basada en la novela de Dashiel Hammet:
Rasgos de la novela negra: 
  • Es de tipo realista, con descripciones de la sociedad que llegan a ser naturalistas o impresionistas.
  • Muestra el lado oscuro de la realidad.
  • Está protagonizada por antihéroes: detectives o asesinos escépticos, duros y poco heroicos; cínicos y desencantados, sin trabajo y sin dinero.
  • Lo importante es el retrato social: mostrar los conflictos del alma humana y denunciar las zonas en sombra de  nuestro mundo. Importa menos la resolución del misterio detectivesco.
  • Técnicas de narración: escamotear la información y dosificarla, manejando al lector.
  • Ambientes sórdidos de los bajos fondos, donde acontece el crimen: atmósfera asfixiante de miedo, inseguridad, , violencia, injusticia y corrupción política. 
  • Desarrollo de la acción rápido y violento: adquiere más importancia que el análisis del asesinato.
  •  El detective y el criminal cruzan con frecuencia la frontera entre el bien y el mal.
  • El móvil del crimen suele ser una debilidad humana: envidia, odio, codicia, lujuria, etc.




Patricia Highsmith

Nació el 19 de enero de 1921 en Forth Worth, Texas, con el nombre de Mary Patricia
Plangman. Sus padres se separaron antes de que naciese. Tuvo una infancia con turbulencias, sobre todo por la relación demoledora de amor y odio con su madre, que duraría toda la vida, y que estará presente en toda su obra: así, por ejemplo, en el relato The terrapin, donde un joven apuñala a su madre.
Fue cuidada por sus abuelos, especialmente por su idolatrada abuela materna, que se encargó de su educación hasta los seis años. Tuvo siempre un sentimiento de abandono. El apellido Highsmith proviene de su padrastro, Stanley Highsmith, al que consideró su verdadero padre, aunque también lo odió por haberle robado el amor de su madre. A su verdadero padre biológico, de ascendencia alemana, no lo conoció hasta los doce años. 
En 1927 se trasladó con su madre a Nueva York, donde pasó su juventud.

Lee ahora estos fragmentos de El talento de Mr Ripley y compara la vida del personaje con la de la propia autora: 
Una tarde, a primera hora, escribió una carta llena de cortesía a su tía Dottie:
Querida tiíta (raramente la llamaba así al escribirle, y mucho menos cara a cara):
Como verás por el membrete del papel, estoy en alta mar. Se trata de una inesperada oportunidad de negocios de la que no puedo hablarte
ahora. Tuve que partir un tanto precipitadamente, así que no me fue posible ir a Boston para despedirme, y lo siento porque puede que transcurran
meses, incluso años, antes de que regrese.
Sólo quería tranquilizarte y pedirte que no me mandes más cheques. Te agradezco mucho el último que me mandaste, hace uno o dos meses.
Supongo que desde entonces no habrás mandado ningún otro. Estoy bien y muy feliz. Besos,
Tom
De nada servía desearle buena salud, pues la tía Dottie era fuerte como un buey. Escribió una posdata:
P.D. No tengo la menor idea de cuál va a ser mi dirección, de modo que no puedo darte ninguna.
Aquello le hizo sentirse mejor, ya que le desligaba completamente de ella. Ni siquiera era necesario decirle dónde estaba. Se habían acabado las cartas llenas de
mal disimulados reproches, las taimadas comparaciones con su padre, los insignificantes cheques por importes tan extravagantes como seis dólares con cuarenta y ocho
centavos, o doce dólares con noventa y cinco, como si fueran el cambio sobrante tras pagar sus facturas mensuales, o como si hubiese devuelto algo a la tienda,
arrojándole luego el importe, igual que si arrojase unas migajas a un perro vagabundo. Teniendo en cuenta lo que la tía Dottie, con sus rentas, hubiera podido mandarle,
aquellos cheques eran un insulto. La tía Dottie decía siempre que su educación le había costado mucho más que el seguro dejado por su padre al morir, y tal vez así
era, pero ¿qué sacaba con restregárselo constantemente por la cara? ¿Era propio de seres humanos echarle aquello en cara a un niño? Muchas tías, incluso personas
ajenas a la familia, cuidaban de la educación de algún huérfano, y lo hacían gustosamente.
Concluida la carta a la tía Dottie, Tom se levantó y paseó a grandes zancadas por cubierta, para calmar su enojo. Siempre se ponía furioso cuando escribía a su
tía, tal vez por tener que hacerlo cortésmente. Y, peso a ello, hasta entonces siempre había querido que ella supiese dónde estaba, porque siempre había necesitado sus
mezquinos cheques. Numerosas veces había tenido que escribirle para comunicarle sus cambios de domicilio. Pero ya no necesitaba su dinero. Nunca más dependería
de él.
De pronto se acordó de un verano, cuando tenía doce años, en que había salido de excursión con la tía Dottie y una amiga de ésta. Se encontraron atrapados en
un atasco de tráfico, con los coches casi pegados unos a otros, y, como hacía mucho calor, la tía Dottie le mandó a por agua. Mientras se encaminaba a la estación de
gasolina, el tráfico se reanudó inesperadamente. Tom recordaba cómo había corrido entre los enormes coches que avanzaban poquito a poco, siempre a punto de
alcanzar la portezuela del de su tía, pero sin logrado en ningún momento, porque ella hacía avanzar el coche todo lo que podía, sin querer detenerse por él, chillándole:
—¡Venga! ¡Venga, gandul!
Finalmente, cuando consiguió subir al coche, con lágrimas de frustración y rabia corriéndole mejillas abajo, la tía Dottie le había dicho alegremente a su amiga:
—¡Es un mariquita! ¡Un mariquita de arriba abajo! ¡Igual que su padre!
Resultaba en verdad pasmoso que aquella forma de tratarle no le hubiese causado un trauma imborrable. Tom se preguntaba por qué su tía decía que su padre era
un mariquita. Nunca había sido capaz de aducir nada que lo probase. Nunca.
Tumbado en su silla, fortalecido moralmente por el lujo que le rodeaba, e interiormente por la abundante y exquisita comida de a bordo, Tom trató de examinar
objetivamente su pasado. Los últimos cuatro años habían sido, en su mayor parte, un desastre; eso era imposible negarlo. Una serie de empleos precarios, seguidos de
peligrosos intervalos sin ningún empleo y con la consiguiente desmoralización producida por estar completamente sin blanca, y, además, teniendo que congeniar con
estúpidos para no sentirse solo o porque podían ofrecerle alguna cosa con la que ir tirando, como había sucedido con Marc Priminger. No era un historial del que
pudiera enorgullecerse, especialmente si tenía en cuenta las grandes aspiraciones que había sentido al llegar a Nueva York. Le había dado por ser actor, si bien a los
veinte años no tenía ni la más leve idea de las dificultades que ello comportaba, de la necesidad de prepararse, incluso de que hacía falta tener talento. Estaba
convencido de que el talento ya lo tenía, y lo único que le hacía falta era encontrar un empresario dispuesto a presenciar alguno de sus monólogos satíricos —el de la
señora Roosevelt, por ejemplo, escribiendo su diario después de visitar una clínica para madres solteras—, pero bastaron tres fracasos para dar al traste con su valor y
sus esperanzas. No disponía de ningún ahorro, por lo que había tenido que aceptar un empleo en un buque platanero, con el cual, al menos, le había sido posible
alejarse de Nueva York. Durante un tiempo había vivido con el temor de que la tía Dottie le hiciese buscar por la policía en Nueva York, aunque nada malo había
hecho en Bastan, sólo escaparse para abrirse camino en el mundo, como millones de jóvenes habían hecho antes que él.
Tom opinaba que su principal equivocación estribaba en su sempiterna inconstancia, que le impedía echar raíces en los empleos que conseguía, como le había
sucedido en el departamento de contabilidad de unos grandes almacenes. Aquel puesto tal vez le hubiera dado una oportunidad de ascender a cargos más importantes,
pero le había desalentado por completo la lentitud con que se movía el escalafón de la firma. De todos modos, parte de la culpa la tenía la tía Dottie al no haber tomado
en serio ninguna de las empresas que él había acometido, empezando por el puesto de repartidor de periódicos que había tenido a los trece años. Se había ganado una
medalla de plata, concedida por el periódico en premio a su «cortesía, servicio y formalidad». Le parecía estar viendo a otra persona al recordar cómo era él por aquel
entonces: un crío flaco y llorón, aquejado siempre por un resfriado de nariz, pero que, sin embargo, había logrado ganarse una medalla de plata por su cortesía, su
espíritu servicial y su formalidad. La tía Dottie no podía ni verle cuando estaba resfriado, y solía sonarle la nariz con tanta fuerza que casi se la arrancaba.
Tom se estremeció al recordado, pero lo hizo con elegancia, aprovechando para arreglarse la raya de los pantalones.
Recordó que ya a los ocho años había hecho votos de escapar de su tía, imaginándose toda suerte de escenas violentas al tratar ella de impedírselo... luchaban y
él la derribaba a puñetazos, estrangulándola, y finalmente le arrancaba el broche que llevaba prendido en el vestido y le asestaba un millón de puñaladas en la garganta
con él. Se fugó a los diecisiete años, pero le habían llevado de vuelta a casa, donde siguió hasta los veinte. Entonces huyó otra vez, en esa ocasión con éxito. Resultaba
asombroso ver cuán ingenuo había sido, cuán poco sabía del mundo y de sus cosas, como si el odio hacia la tía Dottie no le hubiera dejado tiempo para aprender y
hacerse un hombre. Se acordaba de sus sentimientos al ser despedido del almacén donde había trabajado durante su primer mes en Nueva York. El empleo le había
durado menos de dos semanas, porque no era lo bastante fuerte para pasarse ocho horas diarias levantando cajas de naranjas, pero se había esforzado tratando de
conservar el trabajo, hasta casi caer enfermo; cuando le despidieron le había parecido una jugarreta monstruosamente injusta. No lo había olvidado. Entonces sacó la
conclusión de que el mundo estaba lleno de gentes como Simon Legree[1], y que uno tenía que convertirse en un animal, duro como los gorilas que trabajaban con él en
el almacén, si no quería morirse de hambre. Recordó que acababa de salir despedido y entró en una tienda donde robó un pan, llevándoselo a casa y devorándolo,
pensando que el mundo le debía un pan y mucho más.
—¿Míster Ripley?
Una de las inglesas que días antes había compartido con él el sofá del salón se inclinaba hacia él.
—Nos estábamos preguntando si accedería usted a jugar una partida de bridge con nosotras. Vamos a empezar dentro de unos quince minutos. ¿Qué le parece?
Tom se incorporó cortésmente en la silla de cubierta.
—¡Muchísimas gracias! Verá, prefiero quedarme disfrutando del aire libre. Además, soy bastante malo jugando al bridge.
 

2. EL TALENTO DE MR. RIPLEY Y LA OBRA LITERARIA DE

PATRICIA HIGHSMITH



   Patricia Highsmith dedicó su vida a la literatura y es autora de una extensa obra,

compuesta por novelas, colecciones de cuentos, ensayos, diarios, cartas y otros textos, traducida a más de veinte idiomas.



   Suelen distinguirse dos etapas en la narrativa de Patricia Highsmith: 1950-1979 y 1980-1995, separadas por la publicación de la cuarta entrega de la saga de Ripley. A la primera etapa pertenecen obras como Extraños en un tren (1950), cuyo argumento es ya representativo de las obsesiones de la autora: dos desconocidos coinciden en un tren y deciden asesinar cada uno de ellos al enemigo del otro (la esposa y el padre,

respectivamente), evitando así ser relacionados con los crímenes. En 1953 publica, bajo el seudónimo de Claire Morgan, El precio de la sal, novela sobre un amor lésbico que, contra las convenciones de la época, tiene un final feliz. Volvió a publicar esta novela en 1991 con el título de Carol.



   En 1955 comienza su serie de novelas sobre el personaje de Tom Ripley, con El talento de Mr. Ripley, a la que seguirán La máscara de Ripley (1970) y El juego de Ripley (el amigo americano) (1974). Otras novelas de esta primera etapa son Mar de fondo (1957), El grito de la lechuza (1962), La celda de cristal (1964), El temblor de la falsificación (1969) y Rescate por un perro (1972). La obra maestra de Highsmith es El diario de Edith (1977), protagonizada por una mujer que va sustituyendo la realidad por sus fantasías, hasta llegar a situaciones absolutamente terroríficas. Completan esta etapa colecciones de relatos como Pequeños cuentos misóginos (1975).



   La segunda etapa comienza con la publicación de Tras los pasos de Ripley (1980), cuarta entrega de la serie, que se completará con Ripley en peligro (1991). A esta etapa pertenecen también La casa negra (1981), Gente que llama a la puerta (1983), sobre el fundamentalismo cristiano, o su última novela Small G: un idilio de verano (1995), así como las colecciones de relatos Crímenes bestiales (1983) y Sirenas en un campo de golf (1985).

   Al margen de su obra narrativa, destaca su ensayo Suspense, cómo se escribe una novela de intriga (1966), en que reflexiona sobre su propia manera de contar historias.



   El talento de Mr. Ripley empieza cuando Mr. Greenloaf, un millonario americano, contrata a Tom Ripley para que convenza a su hijo Dickie de que abandone Italia, donde lleva una vida bohemia y despreocupada, y regrese a Nueva York y al negocio familiar. Ripley acepta el encargo y marcha a Italia, donde encuentra a Dickie y a su novia, Marge. Entabla con ellos una interesada amistad, que se irá haciendo cada vez más compleja y turbadora, hasta que Ripley asesina a Dickie y adopta su personalidad.



    Tras superar una serie de contratiempos y dificultades, que incluyen otro asesinato, Ripley termina por hacer creer a los padres de Dickie y a Marge que su amigo ha podido suicidarse o estar oculto en alguna parte, e incluso logra la cesión del testamento de Dickie. Este tema de la relación entre dos hombres, normalmente de un carácter muy distinto – a veces, el bien y el mal-, será muy habitual en las novelas la autora. Patricia Highsmith escribió que la idea de esta novela se le ocurrió durante su primer viaje a Europa, contemplando a un joven que paseaba por la playa de Positano. A partir de esta imagen ideó una historia sobre dos jóvenes parecidos, uno de los cuales acaba por matar al otro y asume su identidad. Inicialmente, la novela debía titularse La búsqueda del mal, y más tarde Los chicos del placer. Finalmente la publicó en 1955 con el título definitivo de El talento de Mr. Ripley. También es conocida como A pleno sol, título de su primera adaptación cinematográfica.



   La intención principal de la novela, según su propia autora, es mostrar el triunfo del mal sobre el bien “y recrearme con ello. Haré que mis lectores también se recreen”. La autora analiza y describe minuciosamente la mente del asesino, sus motivaciones, su ausencia de culpa, su ambigüedad moral, que atrae y repele al mismo tiempo. El libro es uno de los principales exponentes del género de psicología criminal, en el que el punto de atención del lector se desplaza del proceso de investigación y descubrimiento a la visión del asesino, asistiendo como espectador privilegiado a la elaboración y ejecución del crimen. De hecho, el lector no desconoce, como ocurre en las novelas policiacas tradicionales, la identidad del asesino: al contrario, sabe todos los detalles y las razones que lo mueven a actuar. El detective o investigador, héroe hasta entonces de este tipo de novelas, pasa a un segundo plano, porque lo que interesa es el significado mismo del crimen, no su investigación.



El libro recoge influencias de la novela negra americana, con autores con Dashiell Hammet, Raymond Chandler o Ross McDonald, pero también de autores clásicos como Dostoievski o Kafka. Obtuvo éxito y popularidad inmediatos, y fue adaptada al cine en 1960 por René Clement, y posteriormente en 1999 por Anthony Minghella.
 Fuente aquí

 

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