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lunes, 20 de enero de 2020

Discriminaciones

Caperucita Roja políticamente correcta.




Érase una vez una persona de corta edad llamada Caperucita Roja que vivía con su madre en la linde de un bosque. Un día, su madre le pidió que llevase una cesta con fruta fresca y agua mineral a casa de su abuela, pero no porque lo considerara una labor propia de mujeres, atención, sino porque ello representa un acto generoso que contribuía a afianzar la sensación de comunidad. Además, su abuela no estaba enferma; antes bien, gozaba de completa salud física y mental y era perfectamente capaz de cuidar de sí misma como persona adulta y madura que era.
Así, Caperucita Roja cogió su cesta y emprendió el camino a través del bosque. Muchas personas creían que el bosque era un lugar siniestro y peligroso, por lo que jamás se aventuraban en él. Caperucita Roja, por el contrario, poseía la suficiente confianza en su incipiente sexualidad como para evitar verse intimidada por una imaginería tan obviamente freudiana. De camino a casa de su abuela, Caperucita Roja se vio abordada por un lobo que le preguntó qué llevaba en la cesta.
—Un saludable tentempié para mi abuela quien, sin duda alguna, es perfectamente capaz de cuidar de sí misma como persona adulta y madura que es -respondió.
—No sé si sabes, querida —dijo el lobo—, que es peligroso para una niña pequeña recorrer sola estos bosques. Respondió Caperucita:
—Encuentro esa observación sexista y en extremo insultante, pero haré caso omiso de ella debido a tu tradicional condición de proscrito social y a la perspectiva existencial (en tu caso propia y globalmente válida) que la angustia que tal condición te produce te ha llevado a desarrollar. Y ahora, si me perdonas, debo continuar mi camino.
Caperucita Roja enfiló nuevamente el sendero. Pero el lobo, liberado por su condición de segregado social de esa esclava dependencia del pensamiento lineal tan propia de Occidente, conocía una ruta más rápida para llegar a casa de la abuela. Tras irrumpir bruscamente en ella, devoró a la anciana, adoptando con ello una línea de conducta completamente válida para cualquier carnívoro. A continuación, inmune a las rígidas nociones tradicionales de lo masculino y lo femenino, se puso el camisón de la abuela y se acurrucó en el lecho. Caperucita Roja entró en la cabaña y dijo:
—Abuela, te he traído algunas chucherías bajas en calorías y en sodio en reconocimiento a tu papel de sabia y generosa matriarca.
—Acércate más, criatura, para que pueda verte -dijo suavemente el lobo desde el lecho.
—¡Oh! -repuso Caperucita. Había olvidado que visualmente eres tan limitada como un topo.
—Pero, abuela, ¡qué ojos tan grandes tienes!
—Han visto mucho y han perdonado mucho, querida.
—Y, abuela, ¡qué nariz tan grande tienes! (relativamente hablando, claro está, y, a su modo, indudablemente atractiva).
—Y… ¡abuela, qué dientes tan grandes tienes!
Respondió el lobo:
—Soy feliz de ser quien soy y lo que soy…Y, saltando de la cama, aferró a Caperucita Roja con sus garras, dispuesto a devorarla. Caperucita gritó; no como resultado de la aparente tendencia del lobo hacia el travestismo, sino por la deliberada invasión que había realizado de su espacio personal. Sus gritos llegaron a oídos de un operario de la industria maderera (o técnicos en combustibles vegetales, como él mismo prefería considerarse) que pasaba por allí. Al entrar en la cabaña, advirtió el revuelo y trató de intervenir. Pero apenas había alzado su hacha cuando tanto el lobo como Caperucita Roja se detuvieron simultáneamente…
—¿Puede saberse con exactitud qué cree usted que está haciendo? -inquirió Caperucita. El operario maderero parpadeó e intentó responder, pero las palabras no acudían a sus labios.
—¡Se cree acaso que puede irrumpir aquí como un Neandertalense cualquiera y delegar su capacidad de reflexión en el arma que lleva consigo! -prosiguió Caperucita. ¡Sexista! ¡Racista! ¿Cómo se atreve a dar por hecho que las mujeres y los lobos no son capaces de resolver sus propias diferencias sin la ayuda de un hombre.Al oír el apasionado discurso de Caperucita, la abuela saltó de la panza del lobo, arrebató el hacha al operario maderero y le cortó la cabeza. Concluida la odisea, Caperucita, la abuela y el lobo creyeron experimentar cierta afinidad en sus objetivos, decidieron instaurar una forma alternativa de comunidad basada en la cooperación y el respeto mutuos y, juntos, vivieron felices en los bosques para siempre.
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Fuente original: aquí

En esta página puedes leer, si ésta te ha gustado, otras versiones similares de cuentos tradicionales. 
También puedes crear tú una versión de las narraciones más conocidas.





La esclavitud 

La Edad Moderna y la ruta triangular

Pero fue la Edad Moderna, desde los siglos XVI al XVIII, cuando el comercio de esclavos se hizo global con los grandes imperios europeos.
La ruta más importante fue la llamada ruta triangular. Los barcos salían cargados de joyas y otros productos desde Europa con dirección a la costa occidental africana. Allí intercambiaban esos productos por esclavos que luego vendían en América a cambio de cacao, café, tintes… y vuelta a Europa.




La ruta triangular durante la Edad Moderna
La obtención de esclavos africanos no siempre era fruto del intercambio, y los países con territorios coloniales en África (Portugal y Holanda, principalmente) realizaban auténticas cacerías de personas.
El dominio de esta ruta fue español y portugués en el siglo XVI, holandés en el XVII e inglés en el XVIII.

La Edad Contemporánea y ¿el declive de la esclavitud?

En el siglo XIX comenzó el declive de la esclavitud con la prohibición en los diferentes países, que continuó hasta el siglo XX. No obstante, esta práctica no ha desaparecido: el comercio con mujeres para la prostitución o el trabajo infantil son formas de esclavitud.
Por desgracia, estas formas de negocio están muy vivas y se continúan practicando con mayor o menor permisividad. Sobre todo la primera.




Esclavitud en el mundo contemporáneo
En Europa, las rutas de la prostitución empiezan en Rusia. El mayor país del mundo ha perdido en 10 años medio millón de mujeres jóvenes que son esclavizadas en los países occidentales en prostíbulos o en la calle.
También Ucrania, país que, lejos de mejorar, vio como el comercio de mujeres aumentó con la última Eurocopa de fútbol. Moldavia, Rumanía y Hungría son también países exportadores de esclavas.
En España, también recibimos muchas prostitutas de países latinoamericanos, sobre todo de la República Dominicana, Brasil y los países de América central. Otra zona de origen importante es África subsahariana, por ejemplo Nigeria. Las prostitutas asiáticas, sobre todo chinas, son menos comunes, aunque son una minoría importante.

La historia de la esclavitud es la historia de la miseria moral humana. Y no hay que echar la vista atrás cientos de años, la tenemos todos los días a, seguro, mucha menos distancia de lo que pensamos.





La vuelta al cobre







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Fiestas con animales

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