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lunes, 9 de marzo de 2009

Vista, oído, gusto, tacto, olfato... y lenguaje Julio Guzmán*

“Lo que no puedas decir con claridad es que no lo sabes. Con el pensamiento nace la palabra en los labios del hombre: lo dicho oscuramente es lo pensado oscuramente.” (Esaias Tegnér, 1820)
Según cuenta una fábula, un grupo de ciegos se reunió porque quería saber cómo era un elefante. El primer ciego, estando detrás del elefante, le tocó la cola y dijo: “¡Pero este animal parece una cuerda!”. El segundo ciego fue rápidamente a palparlo y, tocando una de las patas, dijo: “No… es más bien parecido a un árbol”. El tercero, que ya no aguantaba la intriga, fue y le tocó un costado. Ante esto, dijo asombrado: “Pero si este fabuloso animal lo que parece es una pared…”.
Cada uno de los ciegos sólo podía reconocer lo que estaba a su alcance: una cola, una pata, un costado. De haber tenido un mayor campo de percepción, o de haber sido el animal mucho más pequeño, hubiese habido mayor posibilidad de acertar en la descripción, es decir, de que se acercasen más a la realidad. Algo parecido ocurre con el idioma. Si es una ventana a través de la cual se observa la realidad, conseguiremos ver más claramente de ser más amplia, o si no, tendremos que conformarnos con percibir sólo las cosas más inmediatas, igual que los ciegos de la fábula.
El lenguaje es una parte esencial de la vida, es una herramienta a través de la cual percibimos la realidad; gracias a él somos capaces de crear conceptos que inclinan nuestra percepción. Cuando nombramos algo no simplemente estamos poniéndole una etiqueta, sino que estamos delimitando o cortando un continuo (la realidad) de la manera que mejor nos parece y le damos un significado. Si nuestro lenguaje es pobre, no podremos hacer “cortes finos” de la realidad y nuestra visión acerca de ella sólo podrá ser tosca. Toda una gama de matices será para nosotros una misma cosa y perderemos todo lo que está en medio. En fin, no sabremos apreciar la riqueza de la realidad. Considérese el caso de los Zuni (ubicados en el sudoeste de los EEUU). En su idioma no hay diferencia para el rango de colores ubicado entre el amarillo y el anaranjado. En una prueba en la cual a un grupo de personas se le presentaba un color y luego una paleta de colores para identificar aquél que le había sido mostrado en un principio, los Zuni monolingües cometieron la mayor cantidad de errores, seguidos por los Zuni bilingües y finalmente los anglófonos monolingües que casi no cometieron errores. ¿Por qué cometieron los Zuni monolingües la mayor cantidad de errores? Pues porque en su mente tenían el mismo concepto para el anaranjado y el amarillo: a ello los inclina su idioma. Si el lenguaje que les proporciona conceptos dice que el amarillo y el anaranjado son lo mismo, entonces, en la mente de los Zuni, la percepción del matiz no estará tan clara.
Podríamos citar también, en este orden de ideas, la novela 1984 escrita por George Orwell. En ésta se narra la historia de un país en el cual se intenta cambiar la manera de pensar de sus habitantes cambiándoles su idioma. El nuevo idioma (bautizado en el libro como Newspeak) estaba creado no sólo para cambiar los puntos de vista de una persona, sino también para hacer otros puntos de vista casi imposibles. Orwell probablemente estaba pensando en lo mismo que concluyó el lingüista Charles Hockett, quien dijo que las lenguas no varían mucho en cuanto a qué se puede decir con ellas, sino en cuanto a qué es más fácil decir con ellas (y con esto qué es más fácil pensar con ellas). Así, los creadores del newspeak, que tenían como finalidad entorpecer la concepción de conceptos como honor, justicia, moralidad, internacionalismo, democracia, ciencia, etc., ¿qué hicieron? No incluyeron estas palabras en el nuevo lenguaje. A veces ni siquiera era necesario borrar una palabra de este tipo, bastaba con despojarla de la acepción indeseada (tal era el caso de la palabra igual, cuyo único sentido en una oración como “todos los hombres son iguales”, sería el de que todos los hombres tienen más o menos la misma estatura, peso, etc.). Y es que todas las personas están orientadas por su lenguaje: los indios Zuni, los personajes de Orwell y, por supuesto, nosotros mismos.
Si no queremos entorpecer nuestra percepción de la realidad debemos esforzarnos por mejorar nuestra lengua y el dominio que de ella tenemos. Al manejarla con propiedad podremos expresar mejor lo que creemos, logrando así pensar con más claridad. Imaginémonos un momento sin lenguaje: sería un poco difícil lograr pensar ¿verdad? Qué difícil sería recordar, por ejemplo, cuántas veces hemos estado en un lugar si ni siquiera tuviésemos el concepto de números. El lenguaje es ese sentido (como el tacto o la visión) que agrega una nueva dimensión a nuestra percepción de la realidad, la dimensión en la que logramos abstraernos. Cuando vemos un coche, por ejemplo, vemos un concepto: “una máquina capaz de trasladarnos por tierra”. Es esta capacidad de asociación, esta abstracción, la que nos permite pensar con más claridad, y ver, en el caso del coche, más allá del armatoste de metal y plástico que se nos presenta enfrente.
Y si es el lenguaje el que nos regala los conceptos, ¿no deberíamos tratar de cultivarlo?

(*) Estudiante de Ingeniería Electrónica

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